Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro tercero

En el año 1817

Cap III : De cuatro en cuatro.

Resulta difícil concebir hoy en día lo que era hace cuarenta y cinco años una salida al campo de estudiantes y de grisetas. Los alrededores de París no son ya los mismos; el aspecto de eso que podríamos llamar la vida circumparisina ha cambiado por completo en el último medio siglo; donde antes había un coucou de dos ruedas ahora hay un vagón; donde había un patache ahora hay un barco de vapor; hoy decimos Fécamp como antes decían Saint-Cloud. El París de 1862 es una ciudad cuyo suburbio es Francia.

Las cuatro parejas cumplieron concienzudamente con todas las fantasías campestres a su alcance a la sazón. Empezaba la temporada de las vacaciones y era un día de verano cálido y despejado. La víspera, Favourite, la única que sabía escribir, le había escrito lo siguiente a Tholomyès en nombre de las cuatro: «Al que madruga dos lo ayudan». En vista de lo cual se levantaron a las cinco de la mañana. Fueron luego a Saint-Cloud en diligencia, vieron la cascada seca y exclamaron: «¡Qué bonita debe de ser cuando tiene agua!», almorzaron en La Tête-Noire, por donde aún no había pasado Castaing, se permitieron el lujo de una partida de juego de anillas en el quincunce del estanque grande, subieron a la linterna de Diógenes, jugaron a la ruleta del puente de Sèvres para ganar mostachones, cortaron ramos de flores en Puteaux, compraron espantasuegras en Neuilly, comieron empanadillas dulces de manzana por todas partes y fueron completamente felices.

Las muchachas estaban rumorosas y parlanchinas como un vuelo de currucas. Aquello era un delirio. De tanto en tanto les daban cachetitos a los jóvenes. ¡Embriaguez matutina de la vida! ¡Años adorables! ¡Se estremecen las alas de las libélulas! ¡Ay! Quienquiera que seas y leas esto, ¿lo recuerdas? ¿Has caminado por entre la maleza apartando las ramas porque detrás viene una cara encantadora? ¿Has resbalado entre risas por un talud húmedo de lluvia con una mujer amada que te sujeta de la mano y exclama: «¡Ay, cómo se me están poniendo los borceguíes recién estrenados!»?

Digamos sin más tardanza que a esta concurrencia bien humorada le faltó esa jubilosa contrariedad que consiste en un chaparrón, aunque Favourite había dicho, al salir, con tono entendido y maternal: Las babosas salen de paseo por los caminos. Señal de lluvia, hijos míos.

Las cuatro estaban terriblemente bonitas. Un campechano poeta clásico que estaba entonces de moda, un buen hombre que tenía una Éléonore, el caballero de Labouïsse, vagabundeaba ese día bajo los castaños de Saint-Cloud; las vio pasar a eso de las diez de la mañana y exclamó: ¡Sobra una!, acordándose de las Gracias. Favourite, la amiga de Blachevelle, la de veintitrés años, la vieja, iba corriendo delante bajo las grandes ramas verdes, se saltaba las cunetas, salvaba de una zancada, como loca, los matorrales y presidía todo aquel júbilo con elocuencia de faunesa joven. Zéphine y Dahlia, a las que el azar había hecho hermosas de forma tal que, al estar cerca, se realzaban y se completaban, no se separaban, más por instinto de coquetería que por amistad, y, recostándose una en otra, adoptaban poses inglesas; los primeros álbumes de recuerdos acababan de ponerse de moda, estaba apuntando la melancolía en las mujeres, de la misma forma que apuntó más adelante el byronismo en los hombres, y las melenas del sexo débil empezaban a tener apariencia afligida. Zéphine y Dahlia se peinaban con rizos. Listolier y Fameuil, enzarzados en una charla acerca de sus profesores, le explicaban a Fantine qué diferencia había entre el señor Delvincourt y el señor Blondeau.

A Blacheville parecía que lo habían creado ex profeso para llevar al brazo los domingos el chal con pretensiones de casimir de Favourite.