Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro tercero

En el año 1817

Cap II : Doble cuarteto.

Esos parisinos eran uno de Toulouse, otro de Limoges, el tercero de Cahors y el cuarto de Montauban; pero eran estudiantes, y quien dice estudiante dice parisino; estudiar en París es nacer en París.

Esos jóvenes eran insignificantes; todo el mundo ha visto caras como ésas; cuatro ejemplares del primero que pase por la calle; ni buenos ni malos, ni eruditos ni ignorantes, ni genios ni imbéciles; con la hermosura de ese abril adorable que llamamos los veinte años. Eran cuatro Oscars cualesquiera; porque por entonces aún no existían los Arthurs. Que para él se quemen los perfumes de Arabia, exclamaba la romanza, ¡Se acerca Oscar! ¡Oscar, ya voy a verte! Todo nacía de Ossian; la elegancia era escandinava y caledonia, el estilo inglés puro sólo se impuso más adelante, y el primero de los Arthurs, Wellington, apenas si acababa de ganar la batalla de Waterloo.

Estos Oscars se llamaban, uno de ellos Félix Tholomyès, de Toulouse; otro, Listolier, de Cahors; otro, Fameuil, de Limoges, y el último, Blachevelle, de Montauban. Y cada uno tenía, por descontado, a su amante. Blachevelle quería a Favourite, así llamada porque había ido a Inglaterra; Listolier adoraba a Dahlia, que había escogido como nombre de guerra un nombre de flor; Fameuil idolatraba a Zéphine, diminutivo de Joséphine; Tholomyès tenía a Fantine, llamada la Rubia por sus hermosos cabellos del color del sol.

Favourite, Dahlia, Zéphine y Fantine eran cuatro muchachas preciosas, perfumadas y radiantes, en las que algo quedaba de la operaria, pues no habían dejado del todo la aguja; los amoríos las tenían distraídas, pero conservaban en el rostro restos de la serenidad del trabajo y en el alma esa flor de honestidad que, en la mujer, sobrevive a la primera caída. A una de las cuatro la llamaban la joven, porque era la menor; la vieja tenía veintitrés años. Para no ocultar nada, las tres primeras tenían más experiencia, más despreocupación y más incursiones por el barullo de la vida que Fantine la Rubia, que vivía la primera ilusión.

Ni Dahlia, ni Zéphine ni, sobre todo, Favourite podrían haber dicho lo mismo. Había ya más de un episodio en la novela apenas empezada de sus existencias, y el enamorado que se llamaba Adolphe en el primer capítulo resultaba que era Alphonse en el segundo y Gustave en el tercero. Pobreza y coquetería son dos consejeras nefastas: una reniega y la otra halaga; y ambas les hablan al oído, cada una por su lado, a las muchachas del pueblo que son guapas. Y esas almas mal custodiadas las atienden. De ahí las caídas que padecen y las piedras que les arrojan. Las condenan citando el esplendor de lo inmaculado y lo inaccesible. ¡Ay de la Jungfrau si pasara hambre!

Zéphine y Dahlia eran admiradoras de Favourite porque había estado en Inglaterra. Tuvo muy pronto casa propia. Su padre era un profesor anciano de matemáticas, brutal y fanfarrón; no estaba casado y daba clases particulares a domicilio pese a la edad que tenía. Aquel profesor, de joven, vio un día que a la doncella de una casa se le enganchaba el vestido en un protector de cenizas de la chimenea; se había enamorado de ese accidente. El resultado había sido Favourite. Coincidía de tanto en tanto con su padre, que la saludaba. Una mañana, una anciana de aspecto monjil se le metió en casa y le dijo:

—¿No me conoce, señorita?

—No.
—Soy tu madre.

Luego la vieja abrió el aparador, bebió, comió, mandó que trajeran un colchón que tenía y se acomodó en la casa. Aquella madre, gruñona y devota, no le hablaba nunca a Favourite, se pasaba horas sin despegar los labios, almorzaba, comía y cenaba por cuatro y bajaba de tertulia a casa del portero, donde hablaba mal de su hija.