03.01.05 Los Miserables de Victor Hugo (3ra Parte: Marius – Libro primero: París estudiado en su átomo – Cap 05 Sus fronteras)

Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro primero

París estudiado en su átomo

Cap V : Sus fronteras.

Al golfillo la gusta la ciudad; también le gusta estar solo, porque hay en él alguna de las características del sabio. Urbis amator, como Fusco; ruris amator, como Flaco.

Andar sin rumbo mientras piensa, es decir, pasear ociosamente, es para un filósofo una estupenda actividad; sobre todo en esa especie de campiña un tanto híbrida, bastante fea, pero curiosa y que se compone de dos tipos de naturaleza, que rodea algunas ciudades y París en particular. Mirar los arrabales es mirar lo anfibio. Acaban los árboles, empiezan los tejados; acaba la hierba, empiezan los adoquines; acaban los surcos, empiezan las tiendas; acaban las rodadas, empiezan las pasiones; acaba el susurro divino, empieza el rumor humano; por eso tienen un interés extraordinario.

De ahí que por esos lugares poco atractivos y a los que los viandantes han puesto para siempre ya la marca del epíteto triste, pasee, aparentemente sin meta, el hombre que cavila.

Quien escribe estas líneas ha rondado mucho por los portillos de París y es ello una fuente de recuerdos muy hondos. Esa hierba corta, esos senderos pedregosos, esa greda, esas margas, esos yesos; esas ásperas monotonías de los baldíos y los barbechos; los cultivos de hortalizas tempranas de los hortelanos, que se divisan de repente, al fondo; esa mezcla de lo silvestre y lo urbano; esos extensos esquinazos despoblados donde los tambores de la guarnición tienen puesta escuela y fingen el tartamudeo de una batalla; esas tebaidas de día, que son malos pasos de noche; el molino desgarbado cuyas aspas giran al viento; las ruedas de extracción de las canteras; los merenderos pared por medio con los cementerios; el encanto misterioso de las tapias altas y sombrías que dividen gigantescos solares inundados de sol y llenos de mariposas: todo le resultaba atractivo.

Casi nadie en el mundo conoce esos sitios singulares, La Glacière, La Cunette, el espantoso muro de Grenelle atigrado de balas, Le Mont-Parnasse, La Fosse-aux-Loups, Les Aubiers a orillas del Marne, Mont-Souris, La Tombe-Issoire, La Pierre-Plate de Châlons donde hay una cantera vieja y agotada que no sirve ya más que para cultivar setas y cierra, a ras del suelo, una trampilla de tablas podridas. La campiña romana es un concepto; los arrabales parisinos, otro; no ver en lo que nos brinda un horizonte nada que no sean casas o árboles es no pasar de la superficie: todos los aspectos de las cosas son pensamientos de Dios. El punto en que una llanura se junta con una ciudad lo impregna siempre a saber qué melancolía penetrante. Allí nos hablan a la vez la naturaleza y la humanidad. Se hacen patentes las originalidades locales.