Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Quinta Parte: Jean Valjean

Libro segundo

Los intestinos de Leviatán

Cap II : Historia antigua de las alcantarillas.

Imaginemos que levantamos París como si fuera una tapadera: la red subterránea de las alcantarillas, a vista de pájaro, dibuja en las dos orillas algo así como una rama gruesa injertada en el río. En la orilla derecha, la alcantarilla de circunvalación sería el tronco de esa rama; las conducciones secundarias serían las ramas pequeñas, y los callejones sin salida, las ramillas.

Esta imagen no es sino somera y exacta a medias, pues el ángulo recto, que es el habitual en este tipo de ramificaciones subterráneas, se da muy poco en la vegetación.

Podremos hacernos con una representación más parecida de ese extraño plano geometral si suponemos que estamos viendo, colocado de plano sobre un fondo de tinieblas, un curioso alfabeto oriental confuso como un batiburrillo y cuyas letras deformes estuvieran soldadas entre sí, en un desorden aparente y como al azar, a veces por las esquinas y a veces por los extremos.

Las sentinas y las alcantarillas desempeñaban un papel muy principal en la Edad Media, en el Bajo Imperio y en el Antiguo Oriente. En ellas nacía la peste; en ellas morían los déspotas. Las muchedumbres miraban con temor casi religioso esos lechos de podredumbre, esas monstruosas cunas de la muerte. El foso de los parásitos en Benarés no da menos vértigo que la fosa de los leones de Babilonia. Tiglatpileser, por lo que dicen los textos rabínicos, juraba por la sentina de Nínive. De las alcantarillas de Münster saca Juan de Leiden su luna falsa y del pozo negro de Kejsheb saca su menecmo oriental, Mokanna, el profeta velado de Jorasán, su sol falso.

La historia de los hombres se refleja en la historia de las cloacas. Las Gemonias nos refieren qué era Roma. Las alcantarillas de París fueron algo antiguo y tremendo. Fueron sepulcro, fueron asilo. El crimen, la inteligencia, la protesta social, la libertad de conciencia, el pensamiento, el robo, todo cuanto las leyes humanas persiguen o persiguieron se escondió en ese agujero: los parisinos que se alzaron, con mazos, contra los impuestos en el siglo XIV; los cortabolsas del siglo XV; los hugonotes del siglo XVI; los iluminados de Morin en el siglo XVII; los malhechores que calentaban las plantas de los pies a sus víctimas en el siglo XVIII. Hace cien años, de las alcantarillas salían las puñaladas nocturnas y por las alcantarillas se escurría el ratero en peligro; lo que eran las cuevas en el bosque lo eran las alcantarillas en París. Los truhanes, esa picaresca gala, le daban el visto bueno a las alcantarillas como sucursal de la Corte de los Milagros; y, por las noches, socarrones y feroces, se metían en el vomitorio Maubuée como en una alcoba.

Era lo lógico que quienes trabajaban a diario en el callejón sin salida de Vide-Gousset o en la calle de Coupe-Gorge pasaran la noche en el puentecillo de Chemin-Vert o bajo el arco del puente de Hurepoix. Procede de ahí todo un pulular de recuerdos. Toda clase de fantasmas vagan por esos largos corredores solitarios; por doquier podredumbre y miasmas; acá y allá un tragaluz por el que Villon, desde dentro, charla con Rabelais, que está fuera.

Las alcantarillas, en el París antiguo, son el punto de cita de todos los cansancios y todos los intentos. La economía social las considera un detrito; la filosofía social, un residuo.