Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro tercero

Queda cumplida la promesa hecha a la muerta

Cap IX : Thénardier con las manos en la masa.

A la mañana siguiente, dos horas por lo menos antes de que se hiciera de día, Thénardier, sentado junto a una vela de sebo en el local de la taberna y con una pluma en la mano, estaba redactando la nota del viajero de la levita amarilla.

La mujer, de pie, medio inclinada sobre él, lo seguía con la vista. No cruzaban ni una palabra. Uno meditaba hondamente, la otra le profesaba esa admiración religiosa con la que miramos nacer y florecer una maravilla de la mente humana. Se oía un ruido en la casa; era la Alondra, que estaba barriendo las escaleras.

Tras un cuarto de hora largo y unas cuantas tachaduras, el Thénardier dio a luz esta obra maestra:

En vez de servicio, ponía servizio.

—¡Veintitrés francos! —exclamó la mujer con tono en que se mezclaban el entusiasmo y cierta vacilación.

Como todos los grandes artistas, el Thénardier no estaba satisfecho.

—¡Bah! —dijo.

Era el mismo tono de Castlereagh redactando en el congreso de Viena la factura que había que pasarle a Francia,

—Señor Thénardier, tienes razón, nos lo debe —susurró la mujer acordándose de la muñeca que le había dado el hombre a Cosette en presencia de sus hijas—. Es justo, pero es demasiado. No querrá pagar.

El Thénardier soltó su risa fría y dijo:

—Pagará.

Aquella risa era el colmo de la seguridad y de la autoridad. Lo dicho así tenía que suceder. La mujer no insistió. Empezó a colocar las mesas en su sitio; el marido paseaba arriba y abajo por el local. Poco después, añadió:

—¿Es que no debo yo mil quinientos francos?

Fue a sentarse junto la chimenea y se puso a pensar con los pies en las cenizas tibias.

—¡Por cierto! —dijo la mujer—. ¿No se te habrá olvidado que hoy pongo a Cosette de patitas en la calle? ¡Menudo monstruo! ¡Me reconcome el corazón con la muñeca esa! ¡Preferiría casarme con Luis XVIII que tenerla un día más en casa!

El Thénardier encendió la pipa y contestó entre dos bocanadas:

—Dale la nota al hombre ese.

Luego se fue.

Apenas había salido de la sala de la taberna, entró el viajero.

El Thénardier volvió a aparecer en el acto, detrás de él, y se quedó quieto tras la puerta entornada; sólo podía verlo su mujer.

El hombre amarillo llevaba en la mano el bastón y el paquete.