Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro décimo

El 5 de junio de 1832

Cap II : El fondo de la cuestión.

Existe el disturbio y existe la insurrección; son dos iras; una está en un error, la otra está en su derecho. En los estados democráticos, los únicos legítimos desde el punto de vista de la justicia, se da a veces una usurpación de la parte; entonces el todo se subleva y la necesaria reivindicación de su derecho puede llegar incluso hasta empuñar las armas. En todas las cuestiones que son del ámbito de la soberanía colectiva, la guerra del todo contra la parte es insurrección; el ataque de la parte contra el todo es el disturbio; según que en Les Tuileries se alberguen el rey o la Convención, el ataque a Les Tuileries es justo o injusto. El mismo cañón apuntando al gentío se equivoca el 10 de agosto y acierta el 14 de vendimiario. Apariencia semejante, pero fondo diferente; la guardia suiza defiende lo falso, Bonaparte defiende lo verdadero. Lo que hizo el sufragio universal, en el ejercicio de su libertad y su soberanía, no puede deshacerlo la calle. Lo mismo sucede en los hechos puramente de civilización; el instinto de las masas, clarividente ayer, puede ser confuso mañana. La misma indignación es legítima en contra de Terray y absurda en contra de Turgot. Destrozar máquinas, saquear almacenes, romper raíles, echar abajo los depósitos, los recorridos equivocados de las muchedumbres, las denegaciones de justicia del pueblo al progreso, los estudiantes asesinando a Ramus, Suiza expulsando a Rousseau a pedradas: eso son disturbios. Israel contra Moisés, Atenas contra Foción, Roma contra Escipión: eso son disturbios; París contra la Bastilla, eso es insurrección. Los soldados contra Alejandro, los marineros contra Cristóbal Colón son el mismo levantamiento; levantamiento impío; ¿por qué? Porque lo que Alejandro hace por Asia con la espada es lo que hace Cristóbal Colón por América con la brújula; tanto Alejandro como Colón encuentran un mundo. Esos dones de un mundo a la civilización son tales incrementos de luz que, en tales casos, cualquier resistencia es culpable. Hay veces en que el pueblo no cumple con la fidelidad que se debe a sí mismo. El gentío traiciona al pueblo. ¿Existe, por ejemplo, algo más extraño que esa prolongada y cruenta protesta de los contrabandistas de la sal, legitima rebelión crónica que, en el momento decisivo, en el día de la salvación, en la hora de la victoria popular, se decanta por el trono, se vuelve chuanería y de ser insurrección contra se vuelve disturbio a favor? ¡Sombrías obras maestras de la ignorancia. El contrabandista de la sal se libra de las horcas de la monarquía y, todavía con un trozo de cuerda al pescuezo, enarbola la escarapela blanca. «Muerte a la gabela» pare un «viva el rey». Matadores de la noche de San Bartolomé, degollares de septiembre, carniceros de Aviñón, asesinos de Coligny, asesinos de la señora de Lamballe, asesinos de Brune, miqueletes, verdetes, cadenetes[67], cofrades de la compañía de Jéhu, caballeros del brazal: eso es disturbio.