Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro séptimo

Paréntesis

Cap IV : El convento desde el punto de vista de los principios.

Unos hombres se reúnen y viven juntos. ¿En virtud de qué derecho? En virtud del derecho de asociación.

Se encierran en el lugar en que viven. ¿En virtud de qué derecho? En virtud del derecho que tiene todo hombre a abrir o cerrar su puerta.

No salen. ¿En virtud de qué derecho? En virtud del derecho de ir y venir, que implica el derecho de quedarse en casa.

Y allí, en su casa, ¿qué hacen?

Hablan bajo; llevan la vista baja; trabajan. Renuncian al mundo, a las ciudades, a las sensualidades, a los placeres, a las vanidades, a los orgullos, a los intereses. Visten de lana basta o de lienzo basto. Ninguno tiene nada que sea de su propiedad. Cuando entra en ese lugar, el que era rico se vuelve pobre. Lo que tiene se lo da a todos los demás. El que era eso que llamamos noble, caballero, señor, es el igual del que era labriego. La celda es idéntica para todos. Todos se hacen la misma tonsura, llevan la misma cogulla, comen el mismo pan negro, duermen en la misma paja, mueren en la misma ceniza. La misma tela de saco en el cuerpo, el mismo cordel en la cintura. Si lo acordado es que vayan descalzos, van todos descalzos. Puede haber entre ellos un príncipe; ese príncipes una sombra igual a las demás. Ya no hay títulos. Han desaparecido los apellidos. Sólo tienen nombres. Todos se doblegan a la igualdad de los nombres de pila. Han disuelto la familia carnal y creado, dentro de su comunidad, la familia espiritual. No tienen ya más parientes que los hombres todos. Socorren a los pobres, cuidan a los enfermos. Eligen a aquellos a quienes obedecen. Se llaman entre sí hermanos.

El lector me interrumpirá para exclamar: ¡Pero eso es el convento ideal!

Basta con que sea el convento posible para que deba tenerlo en cuenta.

De ahí que, en el libro anterior, haya hablado de un convento con tono respetuoso. Si damos de lado la Edad Media, si damos de lado Asia, si no entramos en las cuestiones histórica y política, desde el punto de vista puramente filosófico, dejando aparte las necesidades de la política militante, con la condición de que el monasterio sea absolutamente voluntario y no haya entre sus paredes sino consentimientos, siempre miraré la comunidad claustral con cierta ponderación atenta y, en algunos aspectos, deferente. Donde hay comunidad, hay comuna; donde hay comuna, está el derecho. El monasterio es fruto de la fórmula: Igualdad y Fraternidad. ¡Ah, qué grande es la Libertad! ¡Y qué transfiguración espléndida! Basta con la Libertad para convertir al monasterio en república.

Prosigamos.

Pero esos hombres, o esas mujeres, que están detrás de esas cuatro paredes se visten de sayal, son iguales, se llaman hermanos; bien está, pero ¿hacen algo más?

Sí.

¿Qué?

Miran la oscuridad, se arrodillan y juntan las manos.

¿Eso que significa?