Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro Segundo

La caída

Cap IX : Nuevos agravios.

Llegada la hora de salir del presidio, cuando le sonó en los oídos a Jean Valjean esa frase tan rara: ¡estás libre!, fue aquél un momento inverosímil e inaudito; un rayo de brillante luz, un rayo de la luz verdadera de los vivos se le metió dentro de repente. Pero ese rayo de luz no tardó en palidecer. A Jean Valjean lo había deslumbrado la idea de la libertad. Creyó en una vida nueva. No tardó en caer en la cuenta de que era una libertad con pasaporte amarillo.

Y, además de ésa, otras muchas amarguras. Había calculado que la masita, mientras estuvo en presidio, tenía que haber llegado a ciento setenta y un francos. Hay que decir que se le había olvidado, al echar la cuenta, el descanso forzoso de los domingos y los días festivos, que, en diecinueve años, suponía una merma de alrededor de veinticuatro francos. Fuere como fuere, la masita se había quedado, debido a diversas retenciones locales, en ciento nueve francos con setenta y cinco céntimos, que le entregaron al salir.

No lo entendió y se creyó perjudicado. No nos andemos con rodeos: robado.

Al día siguiente de la liberación, en Grasse, vio ante la puerta de una destilería de flor de azahar a unos hombres que estaban descargando unos fardos. Ofreció sus servicios. El trabajo apremiaba, lo cogieron. Puso manos a la obra. Era inteligente, robusto y hábil; ponía cuanto podía de su parte; el amo parecía satisfecho. Mientras estaba trabajando, pasó un gendarme, se fijó en él y le pidió los papeles. Tuvo que enseñar el pasaporte amarillo. Luego, Jean Valjean siguió trabajando. Un poco antes, les había preguntado a unos obreros de cuánto era el jornal en aquel trabajo; le contestaron: un franco y medio. Al caer la tarde, como tenía que irse a la mañana siguiente, fue a ver al dueño de la destilería y le pidió que le pagara. El dueño no dijo ni palabra y le dio un franco con veinticinco céntimos. Reclamó. Le contestaron: Para ti, de sobra. Insistió. El dueño le miró a la cara y le dijo: ¡A ver si acabas en el trullo!