Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro quinto

Hacia abajo

Cap X : Prosigue el éxito.

La habían despedido a finales de invierno; pasó el verano, pero volvió el invierno. Días cortos, menos trabajo. En invierno, ni calor, ni luz, ni mediodía; se junta el anochecer con la mañana: niebla, crepúsculo, la ventana está gris, no se ve. El cielo es un tragaluz. El día entero es un sótano. El sol parece un mendigo. ¡Qué estación tan espantosa! El invierno convierte en piedra el agua del cielo y el corazón del hombre. Sus acreedores la acosaban.

Lo que Fantine ganaba era poco. Habían crecido las deudas. Los Thénardier, a los que pagaba mal, le escribían cada dos por tres cartas cuyo contenido la dejaba desconsolada y cuyos portes eran ruinosos. Un día le escribieron que su Cosette iba en cueros con el frío que hacía, que necesitaba una falda de lana y que la madre tenía que mandar por lo menos diez francos para comprarla. Fantine recibió la carta y se pasó el día sobándola. A última hora de la tarde, entró en una barbería que estaba en la esquina y se quitó el peinecillo. La preciosa melena rubia le cayó hasta las caderas.

—¡Qué pelo tan bonito! —exclamó el barbero.

—¿Cuánto me daría? —preguntó ella.

—Diez francos.

—Córtemelo.

Compró una falda de lana y se la mandó a los Thénardier.

La falda enfureció a los Thénardier. Lo que querían era dinero. Le dieron la falda a Éponine. La pobre Alondra siguió tiritando.

Fantine pensó: «Mi niña ya no tiene frío. La he vestido con mi pelo». Se ponía unos gorritos redondos que le tapaban la cabeza esquilada y con los que seguía estando guapa.

Un proceso tenebroso iba ocurriendo en el corazón de Fantine. Cuando vio que ya no podía peinarse, empezó a odiar todo cuanto la rodeaba. Durante mucho tiempo había venerado, como todo el mundo, a Madeleine; no obstante, a fuerza de repetirse que era él quien la había despedido y que era el culpable de sus desdichas, acabó por odiarlo también. Cuando pasaba delante de la fábrica a la hora en que los obreros estaban en la puerta, hacía gala de reír y cantar.

Una operaria vieja, que la vio una vez cantar y reírse así, dijo: «Esta muchacha va a acabar mal».

Se echó un amante, el primero que pasó, un hombre a quien no quería, por desafío, con el corazón rebosante de rabia. Era un miserable, algo así como un músico mendigo, un vago y un pordiosero que le pegaba y que la dejó de la misma forma que lo había aceptado ella, con asco.

Adoraba a su hija.

Cuanto más bajaba y más se ensombrecía todo a su alrededor, más le resplandecía dentro del alma el dulce angelito. Decía: «Cuando sea rica, mi Cosette estará conmigo; y se reía». La tos no se le iba y le corría el sudor por la espalda.

Un día recibió de los Thénardier una carta que decía lo siguiente: «Cosette tiene una enfermedad que anda por la zona. Fiebre miliar le dicen. Hacen falta medicinas caras. Es una ruina, ya no podemos gastar más. Si no nos manda cuarenta francos antes de ocho días, dé a la niña por muerta».

Fantine soltó la carcajada y le dijo a la vieja que era vecina suya: «¡Ay, qué gracia tienen! ¡Cuarenta francos! ¡Nada menos! ¡Eso son dos napoleones! ¿De dónde quieren que los saque? ¡Cuidado que son tontos esos paletos!».