Los Miserables

Autor: Victor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro Primero

Un justo

Cap IX : De lo que la hermana cuenta del hermano.

Para dar una idea del funcionamiento doméstico del señor obispo de Digne y de la forma en que aquellas dos santas mujeres subordinaban sus hechos, sus pensamientos e incluso sus instintos de mujeres fácilmente asustadizas a las costumbres y a las intenciones del obispo, sin qué éste tuviera siquiera que molestarse en hablar para darlas a conocer, no podemos hacer nada mejor que transcribir aquí una carta de la señorita Baptistine a la señora vizcondesa de Boischevron, amiga de la infancia. Estamos en posesión de esa carta.

Digne, a 16 de diciembre de 18…

«Mi buena amiga:

»No pasa día en que no hablemos de usted. Es una costumbre que tenemos, pero ahora hay una razón más. Ha de saber que, al lavar y quitar el polvo a los techos y las paredes, la señora Magloire ha hecho unos cuantos descubrimientos: ahora nuestros dos cuartos, que tenían en las paredes un papel viejo y enlucido con cal, no desentonarían en un palacio como el suyo.

La señora Magloire ha arrancado todo el papel. Y había algo debajo. Mi salón, que está sin amueblar y que usamos para tender la ropa después de la colada, tiene quince pies de alto y dieciocho pies cuadrados de ancho y un techo antiguo pintado con dorados y vigas, como los que hay en casa de usted. Estaba tapado con una tela de los tiempos en que esta casa era el hospital. Y, además, revestimientos de madera de tiempos de nuestras abuelas. Pero lo que es digno de verse es mi cuarto. La señora Magloire ha encontrado, debajo de por lo menos diez papeles que habían ido pegando encima, unas pinturas que, sin ser buenas, son tolerables. Minerva armando caballero a Telémaco, y otra vez Telémaco en unos jardines de cuyo nombre no me acuerdo. Un sitio donde iban sólo una noche las damas romanas, vamos. ¿Qué más le podría contar? Tengo romanos, romanas (aquí una palabra ilegible) y toda la pesca. La señora Magloire le ha lavado la cara a todo; este verano va a arreglar unos cuantos deterioros, le dará a todo una mano de barniz y mi cuarto será un auténtico museo. También ha encontrado en un rincón del desván dos consolas de madera, a la antigua. Nos pedían dos escudos de seis libras por volver a dorar la madera, pero vale más darles ese dinero a los pobres; además, son muy feas, y preferiría una mesa redonda de caoba.