Los Miserables

Autor: Victor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro Primero

Un justo

Cap VII : Primero beber y luego filosofar.

El senador ya mencionado era hombre entendido, que había caminado recto sin atender a todos esos encuentros que son un estorbo y se llaman conciencia, juramentos, justicia y deber; había ido en derechura a su meta y sin titubear ni una vez en el camino de su progreso y sus intereses. Había sido fiscal, con mucha blandura para el éxito; y muy buena persona, haciendo cuantos menudos favores podía a sus hijos, a sus yernos, e incluso a los amigos; de la vida había tomado, sensatamente, el lado bueno, las buenas ocasiones y las gangas. Todo lo demás le parecía bastante necio. Era ingenioso, y, aunque no muy erudito, sí lo suficiente para creerse un discípulo de Epicuro, siendo así que no era quizá sino una consecuencia de Pigault-Lebrun. Gustaba de burlarse, y con gran amabilidad, de las cosas infinitas y eternas y de las «monsergas del buenazo del obispo». A veces se burlaba, con campechana autoridad, delante del propio monseñor Myriel, que lo escuchaba.

Con motivo de no sé ya qué ceremonia, oficial a medias, el conde *** (el senador en cuestión) y monseñor Myriel tuvieron que cenar en casa del prefecto. A los postres, el senador, un tanto achispado, aunque sin perder la dignidad, exclamó:

—Caramba, señor obispo, hablemos. Es difícil que un senador y un obispo se miren sin hacerse un guiño. Somos dos augures. Voy a confesarle algo. Tengo mi propia filosofía.

—Hace usted muy bien —contestó el obispo—. Dime con quién andas y te diré cómo filosofas. Y usted anda por una alfombra de púrpura, señor senador.

El senador, al verse así animado, siguió diciendo:

—Vamos a ser buenos chicos.

—E incluso buenos demonios —dijo el obispo.

—Pongo en su conocimiento —repuso el senador— que el marqués de Argens, Pirrón, Hobbes y el señor Naigeon no son ningunos granujas. Tengo en mis estanterías a todos mis filósofos en encuadernación con mucho lujo.

—Igualito que usted, señor conde —interrumpió el obispo.

El senador siguió diciendo:

—Aborrezco a Diderot; es un ideólogo, un orador de poca monta y un revolucionario que en el fondo creía en Dios y era más beato que Voltaire. Voltaire se burló de Needham y se equivocó, porque las anguilas de Needham son la prueba de que Dios no es preciso. Una gota de vinagre en una cucharada de masa de harina hace las veces del fiat lux.