Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Quinta Parte: Jean Valjean

Libro quinto

El nieto y el abuelo

Cap I : Donde vuelve a aparecer el árbol de la venda de cinco.

Poco tiempo después de los acontecimientos que acabamos de referir, el conocido por Boulatruelle se llevó un buen susto.

Boulatruelle es aquel peón caminero de Montfermeil al que vimos de pasada en las partes tenebrosas de este libro.

Es posible que el lector recuerde que Boulatruelle era un hombre que se dedicaba a asuntos turbios y diversos. Picaba piedra y malograba viajeros en el camino real. Era peón y ladrón, y había algo que lo ilusionaba: creía que había tesoros enterrados en el bosque de Montfermeil. Tenía la esperanza de dar un día con dinero enterrado al pie de un árbol; mientras tanto, los buscaba en los bolsillos de los viandantes.

No obstante, de momento se estaba portando con prudencia. Acababa de salvarse por los pelos. Como ya sabemos, lo habían detenido en la buhardilla de Jondrette con los demás bandidos. Hay vicios provechosos: se había salvado por borracho. Nunca quedó claro si estaba en aquel sitio para robar o como robado. Lo había dejado en libertad un sobreseimiento que se basaba en su probado estado de embriaguez la noche de la encerrona. Otra vez tenía no ya campo sino bosque libre. Se había vuelto a su habitual camino de Gagny a Lagny, para empedrarlo por cuenta del Estado, bajo supervisión administrativa, con la cabeza gacha, muy pensativo y un tanto desengañado del robo, que había estado a punto de perderlo, pero no menos encariñado con el vino, que acababa de salvarlo.

En cuanto al susto que se llevó poco después de haber regresado bajo el techo de césped de su choza, ocurrió como sigue:

Una mañana, Boulatruelle, según iba, como de costumbre y poco antes de amanecer, al tajo, y quizá también al ojeo, divisó entre las ramas a un hombre a quien no vio sino de espaldas, pero cuya planta, por lo que pudo colegir con la distancia y la luz del crepúsculo matutino, no le resultaba del todo desconocida. Boulatruelle, por más que borracho, tenía una memoria correcta y lúcida, arma defensiva indispensable para cualquiera que esté un tanto indispuesto con el orden legal.

—¿Dónde demonios he visto yo a alguien que tenía un aire con ese hombre? —se preguntó.

Pero no pudo contestarse nada sino que se parecía a alguien cuya huella confusa se le había quedado en la mente.

Por lo demás, Boulatruelle, dejando de lado la identidad, con la que no conseguía dar, relacionó circunstancias y echó cuentas. Aquel hombre no era de la comarca. Acababa de llegar. A pie, por descontado. Ningún coche público pasa a esas horas por Montfermeil. Había caminado toda la noche. ¿De dónde venía? No de muy lejos. Porque no llevaba ni macuto ni paquete alguno. De París, seguramente. ¿Por qué estaba en aquel bosque? ¿Y por qué estaba a aquella hora? ¿Qué había ido a hacer allí?

Boulatruelle pensó en el tesoro. A fuerza de rebuscar en la memoria, recordó más o menos que, años antes, ya lo había puesto sobre aviso un hombre que podía ser muy bien ese mismo.