Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Quinta Parte: Jean Valjean
Libro tercero
El barro, pero el alma
Cap IV : Él también carga con su cruz.
Jean Valjean había seguido andando y no se había vuelto a parar.
La caminata era cada vez más trabajosa. La altura de las bóvedas es variable; la media es de unos cinco pies con seis pulgadas, y está calculada para la estatura de un hombre; a Jean Valjean no le quedaba más remedio que andar inclinado para que Marius no se golpease con la bóveda; tenía que agacharse a cada momento, volver a enderezarse y palpar la pared continuamente. Las piedras estaban trasudadas; y el piso, viscoso; y eran malos puntos de apoyo tanto para la mano cuanto para el pie. Tropezaba en el repugnante estiércol de la ciudad. Los reflejos intermitentes de los respiraderos no llegaban sino muy de tarde en tarde, y tan pálidos que el sol parecía la luz de la luna; todo lo demás era niebla, miasmas, opacidad, negrura. Jean Valjean tenía hambre y sed; sobre todo sed; y las alcantarillas son como el mar, un sitio lleno de agua que no se puede beber. Sabido es que era de una fuerza prodigiosa, que la edad había mermado muy poco debido a la vida casta y sobria que llevaba, pero, pese a todo, estaba empezando a desfallecer. Notaba ya el cansancio, y al menguar la fuerza crecía el peso de la carga. Marius, muerto quizá, pesaba como pesan los cuerpos inertes. Jean Valjean lo sujetaba de forma que no hubiese estorbo para el pecho y la respiración pudiera tener la mayor libertad posible. Notaba cómo las ratas se le escurrían velozmente entre las piernas. Una se asustó tanto que a punto estuvo de morderlo. De vez en cuando le llegaba por los vierteaguas de las bocas de alcantarilla una ráfaga de aire fresco que lo reanimaba.
Podían ser las tres de la tarde cuando llegó a la alcantarilla de circunvalación.
Al principio lo extrañó aquel ensanchamiento repentino. Se encontró de pronto en una galería a cuyas paredes no llegaba con los brazos estirados y bajo una bóveda que no tocaba con la cabeza. Efectivamente, la Alcantarilla Mayor tiene ocho pies de ancho por siete de alto.
En el punto en que la alcantarilla Montmartre se une a la Alcantarilla Mayor desembocan otras dos galerías subterráneas, la de la calle de Provence y la de L’Abattoir, y se forma una encrucijada. Entre esos cuatro caminos, alguien menos sagaz habría titubeado. Jean Valjean se fue por la más ancha, es decir, por la alcantarilla de circunvalación. Pero volvía a plantearse la pregunta: ¿cuesta arriba o cuesta abajo? Pensó que la situación era apurada y que ahora había que llegar al Sena, fueren cuales fueren los riesgos. Dicho de otro modo, ir cuesta abajo. Giró a la izquierda.
Estuvo muy atinado. Pues sería un error creer que la alcantarilla de circunvalación tiene dos salidas, una en dirección a Bercy y otra en dirección a Passy, y que es, como su nombre indica, el cinturón subterráneo del París de la orilla derecha. La Alcantarilla Mayor no es, debemos recordarlo, sino el antiguo arroyo de Ménilmontant y va a dar, si se va cuesta arriba, a un callejón sin salida, es decir, a su primitivo punto de partida, que fue su manantial, al pie de la colina de Ménilmontant.