Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Quinta Parte: Jean Valjean

Libro segundo

Los intestinos de Leviatán

Cap IV : Detalles no sabidos.

Se llevó a cabo esa visita. Fue una campaña temible; una batalla nocturna contra la peste y la asfixia. Fue, al tiempo, un viaje de descubrimientos. Uno de los supervivientes de aquella exploración, un obrero inteligente, muy joven a la sazón, refería hace pocos años los curiosos detalles que a Bruneseau le pareció oportuno omitir en el informe que le hizo al prefecto de policía por no ser dignos del estilo administrativo. Los procedimientos desinfectantes eran muy rudimentarios por entonces. No bien hubo cruzado Bruneseau las primeras articulaciones de la red subterránea, ocho de los veinte trabajadores se negaron a seguir adelante. La operación era complicada; la visita implicaba una limpieza; había pues que limpiar al tiempo que se medía el terreno; tomar nota de las entradas de agua; contar las rejas y las bocas; hacer una lista detallada de las ramificaciones; indicar las corrientes en la divisoria de aguas; explorar las respectivas circunscripciones de las diversas cuencas; sondar las alcantarillas pequeñas que entroncan con la alcantarilla principal; medir la altura de coronación de todos los corredores y la anchura, tanto en el arranque de la bóveda cuanto al nivel de la base; y, finalmente, determinar las ordenadas de nivelación en la recta de todas las bocas de entrada, bien en la base de la alcantarilla, bien en el piso de la calle. El avance era muy trabajoso. Con frecuencia las escalas se hundían en tres pies de lodo. Los faroles agonizaban entre los miasmas. De vez en cuando se llevaban a un pocero desmayado. En algunos lugares había precipicios. El suelo se había hundido, las losas se habían desfondado, la alcantarilla se había convertido en pozo ciego; ya no se hacía pie en nada sólido; un hombre se cayó y costó mucho sacarlo de allí. Por consejo de Fourcroy, iban encendiendo a trechos, en los puntos que estaban ya suficientemente saneados, unos jaulones llenos de estopa empapada en resina. Algunas zonas de las paredes estaban cubiertas de hongos deformes que parecían tumores; incluso la piedra parecía enferma en aquel ambiente irrespirable.

Bruneseau comenzó la exploración aguas arriba y fue avanzando al hilo de la corriente, aguas abajo. En la divisoria de aguas de los dos conductos de Le Grand-Hurleur consiguió leer, en una piedra saliente, la fecha de 1550; esa piedra indicaba el punto extremo donde se había detenido Philibert Delorme, a quien había encomendado Enrique II que visitara los albañales subterráneos de París. Aquella piedra era la señal del siglo XVI en las alcantarillas; Bruneseau dio con la mano de obra del XVII en el corredor de Le Ponceau y en el conducto de la calle Vieille-du-Temple, cuyas bóvedas se hicieron entre 1600 y 1650; y con la mano de obra del XVIII en la sección oeste del colector, que encajonaron y abovedaron en 1740. Ambas bóvedas, sobre todo la más reciente, la de 1740, tenían más grietas y estaban más decrépitas que la obra de las alcantarillas de circunvalación, que databan de 1412, época en que ascendieron el arroyo que nace de los manantiales de Ménilmontant a la dignidad de Alcantarilla Mayor de París, ascenso análogo al de un campesino a primer ayuda de cámara del rey; algo así como convertir a Gros-Jean en Lebel.