Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro duodécimo

Corinthe

Cap VI : Mientras esperaban.

¿Qué hicieron en esas horas de espera?

Tenemos que contarlo, porque es historia.

Mientras los hombres hacían cartuchos, y las mujeres, hilas; mientras una cazuela grande, llena de estaño y plomo fundido destinados al molde de balas, humeaba en un infiernillo encendido; mientras los vigías velaban con el arma al brazo en la barricada; mientras Enjolras, a quien no había forma de distraer, vigilaba a los vigías, Combeferre, Courfeyrac, Jean Prouvaire, Feuilly, Bossuet, Joly, Bahorel y unos cuantos más se buscaron y se reunieron, como en los días más sosegados de sus charlas de estudiantes, y, en un rincón de aquella taberna convertida en casamata, a dos pasos del reducto que habían levantado, con las carabinas cebadas y cargadas apoyadas en el respaldo de las sillas, estos jóvenes rozagantes, tan próximos a una hora suprema, empezaron a decir versos de amor.

¿Qué versos? Éstos:

¿Recuerdas qué jóvenes fuimos hace años?

¡Qué vida tan dulce llevamos los dos!

Era nuestro anhelo y nuestra ambición

ser tan elegantes cuanto enamorados.

Tu edad y la mía sumaban cuarenta;

e incluso sumaban quizá algo menos.

En aquella casa, aunque fuese invierno,

era por entonces siempre primavera.

¡Qué tiempos aquellos! Asistía París

a banquetes santos. Manuel era digno,

rezongaba Foy; y tú en el corpiño

llevabas un broche en que yo me herí.

¿Quién no te miraba? Letrado sin toga,

a almorzar al Bois contigo me iba

y eras tan bonita que yo suponía

que, cuando pasabas, se volvían las rosas.

Las oía decir: ¡Qué guapa! ¡Qué pelo!

¡Y lo bien que huele! En la manteleta

esconde unas alas, y es una flor nueva,

apenas abierta, su airoso sombrero.