Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro duodécimo

Corinthe

Cap V : Los preparativos.

Los periódicos de entonces que dijeron que la barricada de la calle de La Chanvrerie, esa construcción casi inexpugnable, como la llamaban, llegaba al nivel de un primer piso se equivocaron. En realidad, no pasaba de una altura media de seis o siete pies. La construyeron de forma tal que los combatientes podían, a voluntad, o desaparecer detrás de ella, o estar en una zona superior, e incluso trepar a lo más alto por una hilera cuádruple de adoquines superpuestos y colocados por dentro como gradas. Por fuera, la parte frontal de la barricada, compuesta de adoquines apilados y de toneles que unían vigas y tablones que se cruzaban en las ruedas del carretón de Anceau y del ómnibus volcado, tenía un aspecto erizado e impenetrable. Habían previsto entre la pared de las casas y el extremo de la barricada que caía más lejos de la taberna una abertura que bastase para que pudiera pasar un hombre, de forma tal que pudiese llevarse a cabo una salida. La vara del ómnibus se erguía, sujeta con cuerdas, y una bandera roja, atada a ella, flotaba en lo alto de la barricada.

La barricada pequeña de la calle de Mondétour, oculta tras el edificio de la taberna, no se veía. Las dos barricadas juntas formaban un auténtico reducto. A Enjolras y Courfeyrac no les había parecido oportuno cortar el otro tramo de la calle de Mondétour, que tiene, por la calle de Les Prêcheurs, acceso al Mercado Central, pues no querían, seguramente, quedarse sin comunicación con el exterior y, por lo demás, no tenían gran temor de que los atacasen por la peligrosa y dificultosa calle de Les Prêcheurs.

Con la única excepción de esa salida que estaba expedita y formaba lo que Folard, en su sistema estratégico, hubiera llamado un pasadizo, y sin olvidarnos del estrecho paso que daba a la calle de La Chanvrerie, el interior de la barricada, donde la taberna formaba un saliente, consistía en un cuadrilátero irregular cerrado por todas partes. Había alrededor de veinte pasos de intervalo entre la barricada grande y las casas elevadas que estaban al fondo de la calle, de forma tal que podía decirse que la barricada estaba adosada a esas casas, en todas las cuales vivía gente; pero lo tenían todo cerrado de arriba abajo.

Todo aquel trabajo se llevó a cabo sin trabas en menos de una hora y sin que aquel puñado de hombres atrevidos viera asomar ni un colbac ni una bayoneta. Los pocos vecinos que se atrevían aún en ese punto de los disturbios a pasar por la calle de Saint-Denis le echaban una ojeada a la calle de La Chanvrerie, divisaban la barricada y apretaban el paso.

Tras concluir las dos barricadas e izar la bandera, sacaron de la taberna una mesa y Courfeyrac se subió a ella. Enjolras trajo el cofre cuadrado y Courfeyrac lo abrió. El cofre estaba lleno de cartuchos. Cuando salieron a relucir los cartuchos, los más valientes se estremecieron y hubo un momento de silencio.

Courfeyrac, sonriente, los repartió.

Todos recibieron treinta cartuchos. Muchos llevaban pólvora y se pusieron a hacer más con las balas fundidas. En cuanto al barril de pólvora, estaba en una mesa aparte, cerca de la puerta, y lo dejaron en reserva.

El toque de rebato que recorría todo París no cesaba, pero había acabado por convertirse en un ruido monótono en el que nadie se fijaba. Ese ruido ora se alejaba, ora se acercaba, ondulando de forma lúgubre.