Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro séptimo

La jerga

Cap I : Orígenes.

Pigritia es una palabra terrible.

De ella nace, en francés, todo un mundo, la pègre, es decir, el robo; y un infierno, la pegrenne, es decir, el hambre.

Y así es como la pereza es madre.

Tiene un hijo: el robo; y una hija: el hambre.

¿En qué estamos? En la jerga.

¿Qué es la jerga? Es, a un tiempo, la nación y el idioma; es el robo en sus dos especies, pueblo y lengua.

Cuando, hace treinta y cuatro años, el narrador de esta historia tan seria y sombría puso en una obra suya[58] escrita con una finalidad similar a la de ésta a un ladrón que hablaba jerga, cundieron el asombro y el escándalo.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Jerga? Pero ¡si la jerga es horrorosa! ¡Pero si es la lengua de la chusma, de los presidios, de las cárceles, de lo más abominable de la sociedad! Etc., etc., etc.

Nunca entendimos ese tipo de objeciones.

Ulteriormente, dos novelistas recios, uno de los cuales es un hondo observador del corazón humano y el otro un intrépido amigo del pueblo, Balzac y Eugène Sue, han puesto en labios de unos bandidos su lengua espontánea, como lo hizo en 1828 el autor de El último día de un condenado a muerte, y volvieron a oírse las mismas protestas. Repitieron: «Pero ¿qué pretenden los escritores con ese dialecto indignante? ¡La jerga es odiosa! ¡La jerga da escalofríos!».

¿Quién lo niega? No cabe duda.

Cuando de lo que se trata es de examinar a fondo una llaga, un abismo o una sociedad, ¿desde cuándo es un error avanzar demasiado, llegar hasta el final? Siempre pensamos que era, a veces, un comportamiento valeroso y, al menos, un acto sencillo, útil, digno de esa atención simpática que se merece el deber aceptado y cumplido. ¿A qué no explorarlo todo, no estudiarlo todo, quedarse por el camino? La que puede pararse es la sonda, pero no el que sondea.

Cierto es que ir a rebuscar en los bajos fondos del orden social, donde acaba la tierra y empieza el barro, hurgar en esas oleadas densas, ir en pos, para hacerse con él y arrojarlo, vivo, al empedrado de la calle, de ese idioma abyecto, que chorrea fango cuando se lo saca así a la luz del día, ese vocabulario pustulento cada una de cuyas palabras parece el anillo inmundo de un monstruo del limo y las tinieblas, no es ni una tarea atractiva ni una tarea fácil. Nada hay más lóbrego cuando se mira así, al desnudo, a la luz del pensamiento, que el pulular amedrentador de la jerga. Parece, efectivamente, un animal horrible creado para la oscuridad al que acaban de sacar a la fuerza de su cloaca. Creemos ver una espantosa maleza viva y erizada que da respingos, se mueve, rebulle, requiere la vuelta a la sombra, amenaza y mira. Esta palabra parece una garra, esta otra, un ojo apagado y sanguinolento; aquella frase parece moverse como la pinza de un cangrejo. Y todo vive con esa vitalidad repulsiva de las cosas que se organizaron dentro de la desorganización.