Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis

Libro sexto

Gavroche

Cap III : Las peripecias de la evasión.

Esto es lo que había sucedido esa misma noche en La Force.

Aunque Thénardier estaba incomunicado, Babet, Brujon, Gueulemer y Thénardier se habían puesto de acuerdo para evadirse. Babet lo había hecho por su cuenta ese mismo día, como hemos sabido por lo que le contó Montparnasse a Gavroche. Montparnasse tenía que ayudarlos desde fuera.

A Brujon, que se había pasado un mes en una celda de castigo, le había dado tiempo, primero, a trenzar una cuerda y, después, a madurar un plan. Hace tiempo, esos lugares severos donde la disciplina de la cárcel deja al condenado sin más recursos que los propios, los componían cuatro paredes de piedra, un techo de piedra, un suelo de baldosas, un catre de tijera, un ventano con rejas y una puerta forrada de hierro, y eso se llamaba calabozo; pero se impuso la creencia de que el calabozo era excesivamente espantoso; ahora se compone de una puerta de hierro, un ventano con rejas, un catre de tijera, un suelo de baldosas, un techo de piedra, cuatro paredes de piedra y se llama celda de castigo. Entra algo de luz a eso de las doce de la mañana. El inconveniente de esas celdas que, como vemos, no son calabozos, es que les deja tiempo para pensar a personas a las que habría que tener trabajando.

Así que Brujon había pensado y había salido de la celda de castigo con una cuerda. Como en el patio Charlemagne lo daban por muy peligroso, lo pusieron en el Edificio Nuevo. Lo primero con que se encontró en el Edificio Nuevo fue con Gueulemer; lo segundo fue con un clavo; Gueulemer, es decir, el crimen; un clavo, es decir, la libertad.

Brujon, de que quien ya es hora de que nos hagamos una idea completa, era, aunque aparentase ser de constitución delicada y languidez hondamente premeditada, un individuo educado, inteligente y ladrón, de mirada acariciadora y sonrisa atroz. La mirada era fruto de la voluntad, y la sonrisa, del carácter. Sus primeros estudios del arte que practicaba se centraron en los tejados; contribuyó a que avanzase mucho la industria de esos que arrancan el plomo, dejando pelados los tejados, y desguazan los canalones recurriendo al procedimiento que se conoce por el mondongo.

Lo que hacía aún más favorable aquel momento para llevar a cabo un intento de evasión era que los plomeros y retejadores estaban precisamente por entonces reparando y remendando parte de las tejas de la cárcel. El patio Saint-Bernard no estaba ya aislado del todo del patio Charlemagne y del patio Saint-Louis. Había por las alturas andamios y escaleras; dicho con otras palabras, puentes y escaleras que daban a la libertad.

El Edificio Nuevo, que era lo más lleno de grietas y más decrépito que darse pueda, era el punto débil de la cárcel. El salitre se había comido tanto las paredes que no había quedado más remedio que forrar con un revestimiento de madera las bóvedas de los dormitorios, porque se desprendían de ellas piedras que les caían encima a los presos cuando estaban acostados. Pese a ser tan vetusto, se cometía el error de encerrar en el Edificio Nuevo a los acusados más conflictivos, de alojar en él a «las acusaciones de peso», como se dice en la cárcel.