Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro octavo

El mal pobre

Cap XXI : Habría que empezar siempre por detener a las víctimas.

Javert, al caer la tarde, había apostado a unos hombres y se había emboscado él también detrás de los árboles de la calle del portillo de Les Gobelins, que está enfrente del caserón Gorbeau, del otro lado del bulevar. Empezó por «abrir el bolsillo» para meter dentro a las dos muchachas a cuyo cargo estaba la vigilancia de las inmediaciones del tugurio. Pero sólo «pescó» a Azelma. Éponine no estaba en su puesto, había desaparecido y no pudo detenerla. Luego Javert se puso en guardia, aguzando el oído para oír la señal convenida. Las idas y venidas del coche de punto lo alteraron mucho. Por fin, perdió la paciencia y, seguro de que allí había un nido y de que estaba de suerte, y como había reconocido a alguno de los bandidos que habían entrado, acabó por decidirse a subir sin esperar al tiro de pistola.

Recordemos que llevaba la llave maestra de Marius.

Llegó en el momento oportuno.

Los bandidos, sorprendidos, se abalanzaron hacia las armas que habían dejado tiradas por todos los rincones cuando estaban a punto de escapar. En menos de un segundo, esos siete hombres de aspecto espantoso se agruparon en actitud de defensa, uno con el hacha, otro con la llave, otro más con el mazo y los demás con las cizallas, las pinzas y los martillos. Thénardier empuñaba el cuchillo. La Thénardier agarró un adoquín enorme que estaba en uno de los extremos de la ventana y usaban sus hijas de taburete.

Javert volvió a calarse el sombrero y dio dos pasos dentro de la habitación, con los brazos cruzados, el bastón debajo del brazo y la espada en la vaina.

—¡Alto ahí! —dijo—. No saldréis por la ventana, saldréis por la puerta. Es mejor para la salud. Sois siete y nosotros somos quince. No vamos a zurrarnos como patanes. Vamos a portarnos como buenos chicos.

Bigrenaille cogió una pistola que llevaba escondida debajo del blusón y se la puso en la mano a Thénardier diciéndole al oído:

—Es Javert. Yo no me atrevo a dispararle a ese hombre. ¿Te atreves tú?

—¡Ya lo creo! —contestó Thénardier.

—Pues dispara.

Thénardier cogió la pistola y apuntó a Javert.

Javert, que estaba a tres pasos, lo miró fijamente y se limitó a decir:

—¡No dispares, no te molestes, fallarás el tiro!

Thénardier apretó el gatillo. El tiro falló.

—¡Si ya te lo decía yo! —dijo Javert.

Bigrenaille arrojó la porra a los pies de Javert.

—¡Eres el emperador de los demonios! Me rindo.

—¿Y vosotros? —preguntó Javert a los demás bandidos.

Contestaron:

—Nosotros también.

Javert contestó muy tranquilo:

—Eso es; muy bien; ya decía ya que erais buenos chicos.

—Sólo pido una cosa —añadió Bigrenaille—. Que no me tengan sin tabaco mientras esté incomunicado.