Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro octavo

El mal pobre

Cap XI : La miseria se pone a disposición del dolor.

Marius subió despacio las escaleras del caserón; en el momento en que iba a meterse en su celda, vio, detrás de él, a la mayor de las Jondrette que lo iba siguiendo. La vista de aquella muchacha le resultó odiosa, porque ella era quien tenía sus cinco francos; era ya demasiado tarde para volvérselos a pedir, el cabriolé ya se había ido y el coche de punto estaba muy lejos. Por lo demás, ella no se los devolvería. En cuanto a preguntarle dónde vivían las personas que habían estado allí hacía un rato, era inútil; estaba claro que no lo sabía, puesto que la carta que llevaba la firma de Fabantou iba dirigida al señor benefactor de la iglesia de Saint-Jacques-du-Haut-Pas.

Marius se metió en su cuarto y empujó la puerta al entrar, para cerrarla.

No se cerró; se volvió y vio una mano que sujetaba la puerta para que siguiera abierta.

—¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Quién anda ahí?

Era la hija mayor de los Jondrette.

—¿Es usted? —añadió Marius casi con dureza—. ¿Usted otra vez? ¿Qué me quiere?

Ella parecía pensativa y no lo miraba. Había perdido el aplomo de la mañana. No había entrado, sino que se había quedado en la oscuridad del pasillo, donde Marius la veía por la puerta entornada.

—¿Va usted a contestarme o no? —dijo Marius—. ¿Qué quiere de mí?

Ella lo miró con ojos taciturnos donde parecía encenderse una luz inconcreta y le dijo:

—Parece triste, señor Marius. ¿Qué le pasa?

—¿A mí? —dijo Marius.

—Sí, a usted.

—No me pasa nada.

—Sí que le pasa.

—No

—Le digo que sí le pasa algo.

—¡Déjeme en paz!

Marius volvió a empujar la puerta, pero ella siguió sujetándola.

—Mire —dijo—, hace usted mal. Aunque no sea rico, ha sido bueno esta mañana. Séalo ahora otra vez. Me dio para comer, ahora dígame qué le pasa. Se nota que está disgustado. No quiero que esté disgustado. ¿Qué hay que hacer para que no lo esté? ¿Puedo valer para algo? Utilíceme. No le pido que me cuente sus secretos, no hace falta que me los diga, pero, vamos, puedo ser de utilidad. Si ayudo a mi padre, es que puedo ayudarlo a usted. Cuando hay que llevar cartas, ir a las casas, preguntar de puerta en puerta, dar con unas señas, seguir a alguien, yo para esas cosas sirvo. Así que puede decirme qué le pasa e iré a hablar con la gente que sea. A veces, que alguien hable con la gente basta para enterarse de las cosas y todo se arregla. Utilíceme.

A Marius le pasó una idea por la cabeza. ¿Qué rama desdeñamos cuando notamos que nos estamos cayendo?

Se acercó a la Jondrette.

—Oye… —le dijo.