Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro segundo

El gran burgués

Cap VII : Norma: no recibir a nadie a no ser a última hora de la tardes.

Tal era Luc-Esprit Gillenormand, a quien no se le había caído el pelo, que tenía más gris que blanco y llevaba siempre con tufos más abajo de las orejas, ese peinado que llamaban orejas de perro. En resumidas cuentas, y con todo lo dicho, hombre venerable.

Era como el siglo XVIII: frívolo y grande.

En los primeros años de la restauración, el señor Gillenormand, que todavía era joven —sólo tenía setenta y cuatro años en 1814—, vivía en el barrio de Saint-Germain, en la calle de Servandoni, cerca de Saint-Sulpice. No se retiró al barrio de Le Marais hasta que dejó la vida de sociedad, ya cumplidos de sobra los ochenta años.

Cuando dejó la vida social, se encerró en sus costumbres. La principal, y de la que no se apeaba nunca, era la de tener cerrada a cal y canto la puerta de día y no recibir a nadie, fuere para lo que fuere, hasta última hora de la tarde. Cenaba a las cinco y, luego, tenía la puerta franca. Ésa había sido la moda de su siglo y no pensaba desistir de ella. «El día es plebeyo —decía— y sólo se merece un postigo cerrado. Las personas como es debido encienden la inteligencia cuando el cenit enciende las estrellas.» Atrancaba la casa y no le habría abierto ni al rey. Antigua elegancia de sus tiempos.