Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro primero

París estudiado en su átomo

Cap VI : Algo de historia.

En la época, casi contemporánea por lo demás, en que transcurre esta historia no había, como hoy en día, un guardia en todas las esquinas (ventaja que no es ahora el momento de discutir); abundaban en París los niños vagabundos. Las estadísticas hablan de doscientos sesenta niños sin domicilio que, a la sazón, recogían anualmente las rondas de la policía en los solares sin tapiar, las casas en construcción y bajo los puentes. De uno de esos nidos, que sigue siendo famoso, salieron las «golondrinas del puente de Arcole». Es éste, por lo demás, uno de los síntomas sociales más desastrosos. Todos los crímenes del hombre empiezan en los vagabundeos del niño.

Exceptuemos, no obstante, París. Dentro de un orden, y pese al recuerdo que acabamos de citar, es una excepción justificada. Mientras que en cualquier otra gran ciudad un niño vagabundo es un hombre perdido; mientras que en casi todas partes el niño que no tiene a quien recurrir está, como quien dice, abocado y entregado a algo así como una inmersión fatídica en los vicios públicos que le socava la honradez y la conciencia, el golfillo de París, debemos insistir en ello, por muy tosco que sea y muy mellada que tenga la superficie, por dentro está casi completamente intacto. Constancia espléndida y que se revela con toda claridad en nuestras revoluciones populares: si es cierta la idea de que con el aire de París pasa como con la sal que hay en el agua del océano, existe cierta imposibilidad de corromperse. Respirar en París conserva el alma.

Lo dicho no merma el encogimiento de corazón que notamos cada vez que nos topamos con uno de esos niños en torno a los que parece que vemos flotar los hilos de la familia rota. En la civilización actual, tan incompleta todavía, no suelen ser demasiado anómalas esas fracturas de las familias, que se vacían en la sombra, sin llegar a saber qué ha sido de los niños, y sueltan las entrañas en la vía pública. De ahí proceden esos destinos ignotos. Es un fenómeno que se llama, porque esos sucesos tan tristes han acabado por convertirse en frase hecha, «quedarse en París en medio de la calle».

Dicho sea de paso, esa forma de abandonar a los niños no le parecía mal a la monarquía antigua. Un toque de Egipto y Bohemia en las clases bajas agradaba a las clases altas y les venía bien a los poderosos. El aborrecimiento a la idea de proporcionar enseñanza a los niños del pueblo era un dogma. ¿Para qué andarse con «instrucciones a medias»? Ésa era la consigna. Y el niño vagabundo es el corolario del niño ignorante.

Por lo demás, la monarquía necesitaba a veces niños. Y entonces salía a robarlos a la calle.