Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro tercero

Queda cumplida la promesa hecha a la muerta

Cap VII : Cosette y el desconocido juntos en la oscuridad.

Ya hemos dicho que Cosette no se asustó.

El hombre le habló. Hablaba con voz profunda y casi en voz baja.

—Hijita, esto pesa mucho.

Cosette alzó la cabeza y contestó:

—Sí, señor.

—Suelta —dijo el hombre—. Ya lo llevo yo.

Cosette soltó el cubo. El hombre echó a andar a su lado.

—Pesa mucho, desde luego —dijo entre dientes. Luego añadió:

»¿Cuántos años tienes, pequeña?

—Ocho, señor.

—¿Y vienes de lejos con esto?

—Del manantial que está en el bosque.

—¿Y vas lejos?

—A un cuarto de hora largo de aquí.

El hombre se quedó callado un rato; luego dijo de golpe:

—¿No tienes madre?

—No lo sé, señor —contestó la niña.

Antes de que al hombre le diera tiempo de volver a hablar, añadió:

—Me parece que no. Las demás sí tienen. Pero yo no.

Y, tras un silencio, siguió diciendo:

—Me parece que nunca he tenido.

El hombre se paró, dejó el cubo en el suelo, se agachó y le puso ambas manos en los hombros a la niña, esforzándose por mirarla y verle la cara en la oscuridad.

La cara flaca y desmejorada de Cosette se dibujaba vagamente a la luz lívida del cielo.

—¿Cómo te llamas? —dijo el hombre.

—Cosette.

Fue como si al hombre le diera una descarga eléctrica. La miró otra vez; luego le quitó las manos de los hombros a Cosette, cogió el cubo y echó a andar otra vez.

Al cabo de unos instantes, preguntó:

—¿Dónde vives, pequeña?

—En Montfermeil, que no sé si lo conocerá usted.

—¿Ahí es donde vamos?

—Sí, señor.

Él hizo otra pausa y, después, siguió preguntando:

—¿Y quién te ha mandado a estas horas a buscar agua al bosque?

—La señora Thénardier.

El hombre siguió preguntando con un tono de voz que pretendía que fuera indiferente, pero en el que había, no obstante, un temblor singular.

—¿Y a qué se dedica la tal señora Thénardier?

—Es mi ama —dijo la niña—. Es la dueña de la posada.

—¿De la posada? —dijo el hombre—. Bueno, pues me voy a quedar en la posada esta noche. Llévame.

—Allí vamos —dijo la niña.

El hombre andaba bastante deprisa. Cosette lo seguía sin esfuerzo. Ya no notaba el cansancio. De vez en cuando, alzaba la vista hacia aquel hombre con una especie de tranquilidad y una confianza indecible. Nunca le habían enseñado a pedir nada a la Providencia ni a rezar. Pero, sin embargo, sentía por dentro algo que se parecía a la esperanza y a la alegría y que se elevaba hacia el cielo.

Pasaron unos minutos. El hombre siguió preguntando:

—¿Y no hay criada en casa de la señora Thénardier?

—No, señor.

—¿Estás tú sola?