VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO CLXVI. Cómo los que quedamos poblados en Guacacualco siempre andábamos pacificando las provincias que se nos alzaban, y cómo Cortés mandó al capitán Luis Marín que fuese a conquistar e a pacificar la provincia de Chiapa, y me mandó que fuese con él, y a fray Juan de las Varillas, el pariente de Zuazo, fraile mercedario, y lo que en la pacificación pasó.

Pues como estábamos poblados en aquella villa de Guacacualco muchos conquistadores viejos y personas de calidad, y teníamos grandes términos repartidos entre nosotros, que era la misma provincia de Guacacualco e Citla, e lo de Tabasco e Cimatán e Chotalpa, y en las sierras arriba lo de Cachula e Zoque e Quilenes, hasta Cinacatán, e Chamula, e la ciudad de Chiapa de los indios, y Papanaustla e Pinula, y hacia la banda de Méjico la provincia de Xultepeque y Guazpaltepeque e Chinante e Tepeca, y otros pueblos, y como al principio todas las provincias que había en la Nueva España las más dellas se alzaban cuando les pedían tributo, y aun mataban a sus encomenderos, y a los españoles que podían tomar a su salvo los acapillaban, así nos aconteció en aquella villa, que casi no quedó provincia que todos no se nos rebelaron; y a esta causa siempre andamos de pueblo en pueblo con una capitanía, atrayéndolos de paz; y cómo los de Cimatán no querían venir de paz a la villa ni obedecer su mandamiento, acordó el capitán Luis Marín que por no enviar capitanía de muchos soldados contra ellos, que fuésemos cuatro vecinos a los traer de paz; yo fui el uno dellos, y los demás se llamaban Rodrigo de Enao, natural de Ávila, y un Francisco Martín, medio vizcaíno, y el otro se decía Francisco Jiménez, natural de Inguijuela de Extremadura; y lo que nos mandó el capitán fue, que buenamente y con amor los llamásemos de paz, y que no les dijésemos palabras de que se enojasen.

E yendo que íbamos a su provincia, que son las poblaciones entre grandes ciénagas y caudalosos ríos, e ya que llegábamos a dos leguas de su pueblo, les enviamos mensajeros a decir cómo íbamos, y la respuesta que dieron fue, que salen a nosotros tres escuadrones de flecheros y lanceros, que a la primera refriega mataron dos de nuestros compañeros, e a mí me dieron la primera herida de un flechazo en la garganta, que con la sangre que me salía, e en aquel tiempo no podía apretallo ni tomar la sangre, estuvo mi vida en harto peligro; pues el otro mi compañero que estaba por herir, que era el Francisco Martín, puesto que yo y él siempre hacíamos cara e heríamos algunos contrarios, acordó de tomar las de Villadiego y acogerse a unas canoas que estaban cabe un río que se decía Macapa; y como yo quedaba solo y mal herido, porque no me acabasen de matar, e sin sentido e poco acuerdo, me metí entre unos matorrales, y volviendo en mí, con fuerte corazón dije: «¡Oh, válgame nuestra Señora!