VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO CLII. Cómo desbarataron los indios mejicanos a Cortés, e le llevaron vivos para sacrificar sesenta y dos soldados, e le hirieron en una pierna, y el gran peligro en que nos vimos por su causa.

Como Cortés vio que no se podían cegar todas las aberturas y puentes e zanjas de agua que ganábamos cada día, porque de noche las tornaban a abrir los mejicanos y hacían más fuertes albarradas que de antes tenían hechas, e que era gran trabajo pelear y cegar puentes y velar todos juntos, en demás como estábamos heridos, acordó de poner en pláticas con los capitanes y soldados que tenía en su real, que se decían Cristóbal de Olí y Francisco Verdugo y Andrés de Tapia, y el alférez Corral y Francisco de Lugo, y también nos escribió al real de Pedro de Albarado y al de Gonzalo de Sandoval, para tomar parecer de todos los capitanes y soldados; y el caso que propuso fue, que si nos parecía que fuésemos entrando de golpe en la ciudad hasta entrar y llegar al Taltelulco, que es la plaza mayor de Méjico, que es muy mas anchj y grande que no la de Salamanca; e que llegados que llegásemos, que Sería bien asentar en él todos tres reales, que donde allí podíamos batallar por las calles de Méjico, y sin tener tantos trabajos e riesgo al retraer, ni tener tanto que cegar ni velar las puentes. Y como en tales pláticas y consejos suele acaecer, hubo en ellas muchos pareceres, porque los unos decían que no era buen consejo ni acuerdo meternos tan de hecho en el cuerpo de la ciudad, sino que nos estuviésemos como estábamos batallando y derrocando y abrasando casas; y las causas más evidentes que dimos los que éramos en este parecer fue, que si nos metíamos en el Taltelulco y dejábamos todas las calzadas y puentes sin guarda y desmamparadas, que como los mejicanos son muchos y guerreros, y con las muchas canoas que tienen nos tornarían a abrir las puentes y calzadas, y no seríamos señores dellas, e que con sus grandes poderes nos darían guerra de noche y de día; e que, como siempre tienen hechas muchas estacadas, nuestros bergantines no nos podrían ayudar, y de aquella manera que Cortés decía, seríamos nosotros los cercados, y ellos ternían por sí la tierra, campo y laguna; y le escribimos sobre el caso, para que no nos aconteciese como la pasada cuando salimos huyendo de Méjico.

Y cuando Cortés hubo visto el parecer de todos, y vio las buenas razones que sobre ello le dábamos, en lo que se resumió en todo lo platicado fue, que para otro día saliésemos de todos tres reales con toda la mayor pujanza, ansí los de a caballo como los ballesteros, escopeteros y soldados, e que los fuésemos ganando hasta la plaza mayor, que es el Taltelulco, apercebidos los tres reales y los tlascaltecas y de Tezcuco y los pueblos de la laguna que nuevamente habían dado la obediencia a su majestad, para que con todas sus canoas se viniesen a ayudar a todos nuestros bergantines. Una mañana, después de haber oído misa y nos encomendar a Dios, salimos de nuestro real con el capitán Pedro de Albarado, y también salió Cortés del suyo, y Gonzalo de Sandoval con todos sus capitanes, y con grande pujanza iba ganando puentes y albarradas, y los contrarios peleaban como fuertes guerreros, y Cortés por su parte llevaba vitoria, y asimismo Gonzalo de Sandoval por la suya, pues por nuestro real ya les habíamos ganado otra albarrada y una puente, y esto fue con mucho trabajo, porque había muy grandísimos poderes del Guatemuz, y la estaban guardando, y salimos della muchos de nuestros soldados muy mal heridos, e uno murió luego de las heridas, y nuestros amigos los tlascaltecas salieron más de mil dellos maltratados y descalabrados, y todavía íbamos siguiendo la vitoria muy ufanos.