VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO CLIII. De la manera que peleábamos e se nos fueron todos los amigos a sus pueblos.

La manera que teníamos en todos tres reales de pelear es esta: que velábamos de noche todos los soldados juntos en las calzadas, y nuestros bergantines a nuestros lados, también en las calzadas, y los de a caballo rondando la mitad dellos en lo de Tacuba, adonde nos hacían pan y teníamos nuestro fardaje, y la otra mitad en las puentes y calzada, y muy de mañana aparejábamos los puños para pelear y batallar con los contrarios, que nos venían a entrar en nuestro real y procuraban de nos desbaratar; y otro tanto hacían en el real de Cortés y en el de Sandoval, y esto no fue sino cinco días, porque luego tomamos otra orden, lo cual diré adelante; y digamos cómo los mejicanos hacían cada día grandes sacrificios y fiestas en el cu mayor de Tatelulco, y tañían su maldito atambor y otras trompas y atabales y caracoles, y daban muchos gritos y alaridos, y tenían cada noche grandes luminarias de mucha leña encendida, y entonces sacrificaban de nuestros compañeros a sus malditos ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, y hablaban con ellos; y según ellos decían, que en la mañana o en aquella misma noche nos habían de matar. Parece ser que, como sus ídolos son perversos y malos, por engañarlos para que no viniesen de paz, les hacían en creyente que a todos nosotros nos habían de matar, y a los tlascaltecas y a todos los demás que fuesen en nuestra ayuda; y como nuestros amigos lo oían, teníanlo por muy cierto, porque nos vían desbaratados.

Dejemos destas pláticas, que eran de sus malos ídolos, y a digamos cómo en la mañana venían muchas capitanías juntas a nos cercar y dar guerra, y se remudaban de rato en rato, unos de unas divisas y señales, y venían a otros de otras libreas; y entonces cuando estábamos peleando con ellos nos decían muchas palabras, diciéndonos de apocados y que no éramos buenos para cosa ninguna, ni para hacer casas ni maizales, y que no éramos sino para venilles a robar su ciudad, como gente mala que habíamos venido huyendo de nuestra tierra y de nuestro rey y señor; y esto decían por lo que Narváez les había enviado a decir, que veníamos sin licencia de nuestro rey, como dicho tengo; y nos decían que de ahí a ocho días no había de quedar ninguno de nosotros a vida, porque así se lo habían prometido la noche antes sus dioses; y desta manera nos decían otras cosas malas, y a la postre decían: «Mirá cuán malos y bellacos sois, que aun vuestras carnes son malas para comer, que amargan como las hieles, que no las podemos tragar de amargor»; y parece ser, como aquellos días se habían hartado de nuestros soldados y compañeros, quiso nuestro Señor que les amargasen las carnes. Pues a nuestros amigos los tlascaltecas, si muchos vituperios nos decían a nosotros, más les decían a ellos, e que les ternían por esclavos para sacrificar y hacer sus sementeras, y tornar a edificar las casas que les habíamos derrocado, e que las habían de hacer de cal y canto labradas, que su Huichilobos se lo había prometido; y diciendo esto, luego el bravoso pelear, y se venían por unas casas derrocadas, y con las muchas canoas que tenían nos tomaban las espaldas, y aun nos tenían algunas veces atajados en las calzadas; y nuestro Señor Jesucristo nos sustentaba cada día, que nuestras fuerzas y no bastaban; mas todavía les hacíamos volver muchos dellos heridos, y muchos quedaban muertos.