VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO CXXI. De lo que se hizo en el real de Narváez después que de allí salieron nuestros embajadores.

Pareció ser que como se vinieron el Juan Velázquez y el fraile e Juan del Río, dijeron al Narváez sus capitanes que en su real sentían que Cortés había enviado muchas joyas de oro, y que tenía de su parte amigos en el mismo real, y que sería bien estar muy apercebido y avisar a todos sus soldados que estuviesen con sus armas y caballos prestos; y demás desto, el cacique gordo, otras veces por mí nombrado, temía mucho a Cortés, porque había consentido que Narváez tomase las mantas y oro e indias que le tomó; y siempre espiaba sobre nosotros en qué parte dormíamos, por qué camino veníamos, porque así se lo había mandado por fuerza el Narváez; y como supo que ya llegábamos cerca de Cempoal, le dijo al Narváez el cacique gordo: «¿Qué hacéis, que estáis muy descuidado? ¿Pensáis que Malinche y los teules que trae consigo que son así como vosotros? Pues yo os digo que cuando no os catáredes será aquí y os matará»; y aunque hacían burla de aquellas palabras que el cacique gordo les dijo, no dejaron de se apercebir, y la primer cosa que hicieron fue pregonar guerra contra nosotros a fuego y sangre y a toda ropa franca; lo cual supimos de un soldado que llamaban el Galleguillo, que se vino huyendo aquella noche del real de Narváez, o le envió el Andrés de Duero, y dio aviso a Cortés de lo del pregón y de otras cosas que convino saber.

Volvamos a Narváez, que luego mandó sacar toda su artillería y los de a caballo, escopeteros y ballesteros y soldados a un campo, obra de un cuarto de legua de Cempoal, para allí nos aguardar y no dejar ninguno de nosotros que no fuese muerto o preso; y como llovió mucho aquel día, estaban ya los de Narváez hartos de estar aguardándonos al agua; y como no estaban acostumbrados a aguas ni trabajos, y no nos tenían en nada sus capitanes, le aconsejaron que se volviesen a los aposentos, y que era afrenta estar allí, como estaban, aguardando a dos o tres, y es que decían que éramos, y que asestase su artillería delante de sus aposentos, que era diez y ocho tiros gruesos, y que estuviesen toda la noche cuarenta de a caballo esperando en el camino por de habíamos de venir a Cempoal, y que tuviese al paso del río, que era por donde habíamos de pasar, sus espías, que fuesen buenos hombres de a caballo y peones ligeros para dar mandada, y que en los patios de los aposentos de Narváez anduviesen toda la noche veinte de a caballo; y este concierto que le dieron fue por hacelle volver a los aposentos; y más le decían sus capitanes: «Pues ¡cómo, Señor! ¿Por tal tiene a Cortés, que se ha de atrever con unos gatos que tiene a venir a este real, por el dicho deste indio gordo? No lo crea vuestra merced, sino que echa aquellas algaradas y muestras de venir porque vuestra merced venga a buen concierto con él».