Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro séptimo

El caso Champmathieu

Cap IV : Formas que adopta el sufrimiento durante el sueño.

Acababan de dar las tres de la mañana y llevaba cinco horas paseando así, casi sin interrupción, cuando se desplomó en la silla.

En ella se quedó dormido y tuvo un sueño.

Ese sueño, como la mayoría de los sueños, no tenía que ver con la situación más que por un toque funesto y doloroso, pero lo dejó impresionado. Aquella pesadilla le causó tanto efecto que, andando el tiempo, la escribió. Es uno de los papeles de su puño y letra que quedan de él. Nos parece que debemos transcribirlo aquí textualmente.

Fuere cual fuere ese sueño, la historia de aquella noche quedaría incompleta si lo omitiéramos. Es la sombría aventura de un alma enferma.

Helo aquí. En el sobre vemos escrita esta línea: El sueño que tuve aquella noche.

«Estaba en el campo. Un campo triste y grande en que no había hierba. No me parecía que fuera ni de día ni de noche.

»Paseaba con mi hermano, el hermano de mis años de infancia, ese hermano del que debo decir que nunca pienso en él y del que casi no me acuerdo.

»Íbamos charlando y nos cruzábamos con transeúntes. Hablábamos de una vecina que habíamos tenido hace años y que, desde que vivía en una casa que daba a la calle, trabajaba siempre con la ventana abierta. Según charlábamos, notábamos frío por culpa de esa ventana abierta.

»No había árboles en el campo.

»Vimos pasar a un hombre por nuestro lado. Era un hombre que iba completamente desnudo, era de color ceniza y montaba un caballo de color tierra. El hombre no tenía pelo; se le veían la cabeza y las venas de la cabeza. Llevaba en la mano una varita que era flexible como un sarmiento y pesada como el hierro. El jinete pasó y no nos dijo nada.

»Mi hermano me dijo: “Vamos por el camino encajonado”.

»Había un camino encajonado donde no se veía ni un matorral ni una brizna de musgo. Todo era color tierra, incluso el cielo. Dimos unos pasos y nadie me respondía ya cuando hablaba. Caí en la cuenta de que mi hermano no iba conmigo.

»Vi un pueblo y entré en él. Pensé que debía de ser Romainville (¿por qué Romainville?)[13].

»La primera calle en la que me metí estaba desierta. Me metí por otra. Pasado el cruce de las dos calles, había un hombre de pie, pegado a la pared. Le dije a ese hombre: “¿Qué comarca es ésta? ¿Dónde estoy?”. El hombre no contestó. Vi que la puerta de una casa estaba abierta y entré.

»La primera habitación estaba desierta. Entré en la segunda. Detrás de la puerta de esa habitación, había un hombre de pie, pegado a la pared. Le pregunté a ese hombre: “¿De quién es esta casa? ¿Dónde estoy?”. El hombre no contestó.

»La casa tenía un jardín. Salí de la casa y me metí en el jardín. El jardín estaba desierto. Detrás del primer árbol, encontré a un hombre que estaba de pie. Le dije a ese hombre: “¿Qué jardín es éste? ¿Dónde estoy?”. El hombre no contestó.

»Anduve errante por el pueblo y me di cuenta de que era una ciudad. Todas las calles estaban desiertas, todas las puertas estaban abiertas. No pasaba alma viviente por las calles, ni andaba por las habitaciones ni paseaba por los jardines. Pero detrás de todas las esquinas, detrás de todas las puertas, detrás de todos los árboles había un hombre de pie que callaba. Sólo se veía a la vez. Esos hombres me miraban pasar.

»Salí de la ciudad y fui andando por el campo.

»Al cabo de un rato, me volví y vi que me seguía una muchedumbre. Reconocí a todos los hombres a quienes había visto en la ciudad…