Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro séptimo
El caso Champmathieu
Cap I : Sor Simplice.
No todos los incidentes que van de leerse a continuación se supieron en Montreuil-sur-Mer, pero lo poco que traslució dejó en esa ciudad un recuerdo tal que supondría para este libro una grave laguna que no los refiriésemos en sus mínimos detalles.
En dichos detalles, el lector hallará dos o tres circunstancias inverosímiles que no suprimimos por respeto a la verdad.
En la tarde que siguió a la visita de Javert, el señor Madeleine fue a ver a Fantine como solía.
Antes de llegar donde ella estaba, pidió que avisaran a sor Simplice.
Las dos monjas que se ocupaban de la enfermería, lazaristas de la congregación de san Vicente de Paúl, como todas las hermanas de la caridad, se llamaban sor Perpétue y sor Simplice.
Sor Perpétue era una aldeana cualquiera, una hermana de la caridad tosca, que había entrado al servicio de Dios como quien entra a servir de criada. Era monja como otras son cocineras. Es una categoría que no escasea en exceso. Las órdenes monásticas no ponen dificultades en aceptar esa loza labriega tan basta, que puede moldearse con facilidad para convertirla en capuchino y en ursulina. Esos caracteres rústicos hallan empleo en las tareas toscas de la devoción. La transición de un boyero a un carmelita no es accidentada; aquél se convierte en éste sin mayor esfuerzo; la común ignorancia básica de la aldea y del claustro es una preparación idónea que pone en el acto al campesino al mismo nivel que el monje. En cuanto se le da algo más de holgura al blusón, ya se convierte en hábito. Sor Perpétue era una monja recia, de Marines, cerca de Pontoise, cuyo dialecto hablaba, salmodiadora, refunfuñona, que le ponía azúcar a las tisanas a tenor de la beatería o la hipocresía del paciente, brusca con los enfermos, ruda con los moribundos, a quienes casi les refregaba a Dios por las narices, que lapidaba las agonías con oraciones airadas, atrevida, honrada y coloradota.