Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro Segundo
La caída
Cap VII : La desesperación por dentro.
Intentemos explicarlo.
La sociedad tiene que ver estas cosas, no queda más remedio, ya que es ella la causante.
Jean Valjean era, ya lo hemos dicho, ignorante, pero no era un estúpido. Brillaba en él la luz natural. La desdicha, que tiene sus propias luces, incrementó la poca claridad que había en aquella inteligencia. Sometido al bastón, sometido a la cadena, al calabozo, al cansancio, bajo el sol abrasador del presidio, en la cama de tablones de los presidiarios, se ensimismó en su conciencia y pensó.
Se erigió en tribunal.
Empezó por juzgarse a sí mismo.
Reconoció que no era un inocente que padecía un castigo injusto. Se confesó que había cometido una acción extremosa y censurable; que, a lo mejor, si hubiera pedido ese pan, no se lo habrían negado; que, en cualquier caso, habría valido más esperarlo bien de la compasión, bien del trabajo; que no sirve por completo de justificación sin posible réplica el decir: ¿puede uno esperar cuando tiene hambre? Que, para empezar, muy pocas veces muere nadie literalmente de hambre; que, además, por desdicha o por suerte, el hombre es de tal naturaleza que puede sufrir mucho y por mucho tiempo moral y físicamente sin morirse; que, por lo tanto, era necesario tener paciencia; que habría valido más tenerla, incluso pensando en aquellos niños; que era una locura suya que él, un hombre pobre y débil, agarrase violentamente por el cuello a la sociedad entera y supusiera que de la miseria se sale robando; que no era, fuere como fuere, la puerta por la que se entra en la infamia la adecuada para salir de la miseria; en resumidas cuentas, que no tenía razón.
Luego se preguntó:
Si era el único que no había tenido razón en aquella fatídica historia. Si no era, para empezar, un hecho grave que a él, un obrero, le hubiera faltado trabajo; si a él, que era trabajador, le hubiera faltado el pan. Si, a continuación, ya cometida y confesada la culpa, no había sido el castigo feroz y desmedido. Si no había por parte de la ley abuso mayor en la pena que el abuso del culpable al cometer la culpa. Si no pesaba de más uno de los platillos de la balanza, ese en que está la expiación. Si la demasía en la culpa no borraba el delito y no desembocaba en el resultado de darle la vuelta a la situación, de sustituir la culpa del delincuente por la culpa de la represión, de convertir al culpable en víctima y al deudor en acreedor, de colocar definitivamente el derecho de parte de ese mismo que lo había violado. Si esa pena, que complicaron ampliaciones sucesivas debidas a los intentos de evasión, no se convertía a la postre en algo así como un atentado del más fuerte sobre el más débil, un crimen de la sociedad contra el individuo, un crimen que volvía a empezar a diario, un crimen que llevaba durando diecinueve años.