Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro Segundo

La caída

Cap VI : Jean Valjean.

Jean Valjean se despertó mediada la noche.

Jean Valjean era de una familia de campesinos pobres de Brie. De niño, no aprendió a leer. Al llegar a la edad adulta, era podador en Faverolles. Su madre se llamaba Jeanne Mathieu; su padre se llamaba Jean Valjean o Vlajean, un mote probablemente, una contracción de voilà Jean[2].

Jean Valjean era de carácter ensimismado, sin llegar a triste, lo que es propio de los caracteres afectuosos. Pero, en resumidas cuentas, aquel Jean Valjean era alguien no poco apático y no poco insignificante, al menos en apariencia. Perdió a muy tierna edad a sus padres. La madre se murió de unas fiebres puerperales mal curadas. El padre, podador como él, se mató al caer de un árbol. A Jean Valjean sólo le quedó una hermana mayor, viuda y con siete hijos, entre chicos y chicas. Esa hermana crió a Jean Valjean y, mientras vivió su marido, tuvo en su casa y alimentó al hermano menor. El marido falleció. El mayor de los siete niños tenía ocho años; el más pequeño, uno. Jean Valjean acababa de cumplir veinticinco. Sustituyó al padre y, a su vez, proveyó a las necesidades de la hermana que lo había criado. Fue algo evidente, como un deber, e incluso con cierta hosquedad por parte de Jean Valjean. Se le iba la juventud en un trabajo duro y mal pagado. Nunca le habían visto en la comarca festejar a ninguna chica. No le daba tiempo a enamorarse.

Por la noche llegaba cansado y se comía la sopa sin decir palabra. Su hermana, la señora Jeanne, le quitaba con frecuencia de la escudilla, mientras comía, lo mejor de la cena, el trozo de carne, la loncha de tocino, el cogollo de la col, para dárselo a alguno de sus hijos; él seguía comiendo, inclinado sobre la mesa, metiendo casi la cabeza en la sopa, y el pelo largo le caía en torno a la escudilla y le tapaba los ojos; era como si no se diera cuenta de nada y lo consentía todo. Había en Faverolles, no lejos de la cabaña de los Valjean, del otro lado de la calleja, una granjera llamada Marie-Claude; los niños Valjean, hambrientos casi siempre, iban a veces a pedirle fiada a Marie-Claude una pinta de leche de parte de su madre y se la bebían detrás de un seto o en la revuelta de cualquier camino, quitándose de las manos la lechera y con tantas prisas que las niñas se tiraban la leche por el delantal y por el pecho; si la madre se hubiera enterado de ese hurto, habría castigado con severidad a los jóvenes delincuentes. Jean Valjean, brusco y gruñón, le pagaba a Marie-Claude, a espaldas de la madre, la pinta de leche y así los niños se ahorraban un castigo.

En la estación de la poda ganaba noventa céntimos diarios; luego, se colocaba de segador, de peón, de mozo de granja y de boyero, de jornalero para todo. Hacía lo que podía. Su hermana trabajaba también. Pero ¿qué hacer con siete niños pequeños? Era un grupo desdichado al que la miseria fue rodeando y oprimiendo poco a poco. Llegó un invierno muy duro. Jean no encontró trabajo. La familia se quedó sin pan. Sin pan. Literalmente. Siete niños.