Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Primera Parte: Fantine
Libro quinto
Hacia abajo
Cap VI : Fauchelevent.
Pasaba el señor Madeleine una mañana por una callejuela sin pavimentar de Montreuil-sur-Mer. Oyó ruido y vio un grupo a cierta distancia. Se acercó. Un viejo, que se llamaba Fauchelevent, acaba de caerse debajo del carro cuyo caballo se había desplomado.
El tal Fauchelevent era de los pocos enemigos que le quedaban aún al señor Madeleine por entonces. Cuando llegó Madeleine a la comarca, Fauchelevent, antiguo escribano y campesino casi instruido, tenía un comercio al que empezaba a irle mal. Fauchelevent vio cómo hacía dinero aquel simple obrero, mientras que él, un propietario, se arruinaba. Aquello lo llenó de envidia y en cualesquiera ocasiones hizo cuanto pudo para perjudicar a Madeleine. Luego llegó la quiebra, y el viejo, que no tenía ya sino un carro y un caballo, ni tenía tampoco familia ni hijos por lo demás, se hizo carretero para ganarse la vida.
Al caballo se le habían roto los dos muslos y no podía levantarse. El anciano se había quedado atrapado entre las ruedas. La caída había sido tan desafortunada que todo el peso del vehículo le oprimía el pecho. El carro llevaba una carga bastante pesada. Fauchelevent soltaba estertores angustiosos. Habían intentado sacarlo, pero en vano. Un esfuerzo descontrolado, una ayuda torpe, una sacudida en falso podían rematarlo. Era imposible liberarlo más que levantando el carruaje por debajo. Javert, que había llegado en el momento del accidente, había enviado a buscar un gato.
Llegó el señor Madeleine. Se apartaron todos respetuosamente.
—¡Socorro! —gritaba Fauchelevent—. ¿Quién será la buena persona que salve a este viejo?
El señor Madeleine se volvió hacia los presentes.
—¿Tenemos un gato?
—Han ido a buscar uno —contestó un labriego.
—¿Cuánto tardará en llegar?
—Han ido al sitio que caía más cerca, al caserío de Flachot, donde hay una buena herrería; pero el caso es que hará falta un cuarto de hora largo.
—¡Un cuarto de hora! —exclamó el señor Madeleine.
Había llovido la víspera, el suelo estaba empapado, el carro se iba hundiendo en la tierra por momentos y le oprimía cada vez más el pecho al carretero. Estaba claro que antes de que pasaran cinco minutos le rompería las costillas.
—No podemos esperar un cuarto de hora —les dijo Madeleine a los labriegos que estaban mirando.
—¡No queda más remedio!
—¡Pero ya será tarde! ¿No os dais cuenta de que el carro se está hundiendo?
—¡Ya!
—¡A ver! —siguió diciendo Madeleine—. Todavía queda sitio suficiente debajo del carruaje para que se meta un hombre y lo levante con la espalda. Bastará con medio minuto para sacar a este pobre hombre. ¿Hay aquí alguien con fuerza y con coraje? ¡Puede ganarse cinco luises de oro!
Nadie se movió en el grupo.
—¡Diez luises! —dijo el señor Madeleine.