VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.
CAPÍTULO LXXXVI Cómo comenzamos a caminar para la ciudad de Méjico, y de lo que en el camino nos avino, y lo que Montezuma envió a decir.
Así como salimos de Cholula con gran concierto, como lo teníamos de costumbre, los corredores del campo a caballo descubriendo la tierra, y peones muy sueltos juntamente con ellos, para si algún paso malo o embarazo hubiese se ayudasen los unos a los otros, e nuestros tiros muy a punto, o escopetas e ballesteros, e los de a caballo de tres en tres para que se ayudasen, e todos los más soldados en gran concierto. No sé yo para qué lo traigo tanto a la memoria, sino que en las cosas de la guerra por fuerza hemos de hacer relación dello, para que se vea cuál andábamos la barba sobre el hombro. E así caminando, llegamos aquel día a unos ranchos que están en una como sierrezuela, que es población de Guaxocingo, que me parece que se dicen los ranchos de Iscalpán, cuatro leguas de Cholula; y allí vinieron luego los caciques y papas de los pueblos de Guaxocingo, que estaban cerca, e eran amigos e confederados de los de Tlascala, y también vinieron otros pueblezuelos que están poblados a las haldas del volcán, que confinan con ellos, y trajeron todos mucho bastimento y un presente de joyas de oro de poca valía, y dijeron a Cortés que recibiese aquello, y no mirase a lo poco que era, sino a la voluntad con que se lo daban; y le aconsejaron que no fuese a Méjico, que era una ciudad muy fuerte y de muchos guerreros, y que corríamos mucho peligro; e que ya que íbamos, que subido aquel puerto, que había dos caminos muy anchos, y que el uno iba a un pueblo que se dice Chalco, y el otro Talmalanco, que era otro pueblo, y entrambos sujetos a Méjico, y que el un camino estaba muy barrido y limpio para que vayamos por él, y que el otro camino lo tienen ciego, y cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos porque no puedan ir caballos ni pudiésemos pasar adelante; y que abajado un poco de la sierra, por el camino que tenían limpio, creyendo que habíamos de ir por él, que tenían cortado un pedazo de la sierra, y había allí mamparos e albarradas, e que han estado en el paso ciertos escuadrones de mejicanos para nos matar, e que nos aconsejaban que no fuésemos por el que estaba limpio, sino por donde estaban los árboles atravesados, e que ellos nos darán mucha gente que lo desembaracen. E pues que iban con nosotros los tlascaltecas, que todos quitarian los árboles, e que aquel camino salía a Talmalanco; e Cortés recibió el presente con mucho amor, y les dijo que les agradecía el aviso que le daban, y con el ayuda de Dios que no dejará de seguir su camino, e que irá por donde le aconsejaban.
E luego otro día bien de mañana comenzamos a caminar, e ya era cerca de mediodía cuando llegamos en lo alto de la sierra, donde hallamos los caminos ni más ni menos que los de Guaxocingo dijeron; y allí reparamos un poco y aun nos dio qué pensar en lo de los escuadrones mejicanos, y en la sierra cortada donde estaban las albarradas de que nos avisaron. Y Cortés mandó llamar a los embajadores del gran Montezuma, que iban en nuestra compañía, y les preguntó que cómo estaban aquellos dos caminos de aquella manera, el uno muy limpio y barrido, y el otro lleno de árboles cortados nuevamente.