VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO LXXIX. Cómo acordó nuestro capitán Hernando Cortés con todos nuestros capitanes y soldados que fuésemos a Méjico, y lo que sobre ello paso.

Viendo nuestro capitán que había diez y siete días que estábamos holgando en Tlascala, y oíamos decir de las grandes riquezas de Montezuma y su próspera ciudad, acordó tomar consejo con todos nuestros capitanes y soldados de quien sentía que le tenían buena voluntad, para ir adelante, y fue acordado que con brevedad fuese nuestra partida; y sobre este camino hubo en el real muchas pláticas de desconformidad, porque decían unos soldados que era cosa muy temerosa irnos a meter en tan fuerte ciudad siendo nosotros tan pocos, y decían de los grandes poderes del Montezuma. Cortés respondió que ya no podíamos hacer otra cosa, porque siempre nuestra demanda y apellido fue ver al Montezuma, e que por demás eran ya otros consejos; y viendo que tan resueltamente lo decía, y sintieron los del contrario parecer que tan determinadamente se acordaba, y que muchos de los soldados ayudábamos a Cortés de buena voluntad con decir «Adelante en buen hora», no hubo más contradicción; y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenían en Cuba haciendas; que yo y otros pobres soldados ofrecido tenemos siempre nuestras ánimas a Dios, que las crió, y los cuerpos a heridas y trabajos hasta morir en servicio de nuestro Señor y de su majestad.

Pues viendo Xicotenga y Masse-Escaci, señores de Tlascala, que de hecho queríamos ir a Méjico, pesábales en el alma, y siempre estaban con Cortés avisándole que no curase de ir aquel camino, y que no se fiase poco ni mucho de Montezuma ni de ningún mejicano, y que no se creyese de sus grandes reverencias ni de sus palabras tan humildes y llenas de cortesías, ni aun de cuantos presentes le ha enviado ni de otros ningunos ofrecimientos, que todos eran de atraidorados; que en una hora se lo tornarían a tomar cuanto le habían dado, y que de noche y de día se guardase muy bien dellos, porque tienen bien entendido que cuando más descuidados estuviésemos nos darían guerra, y que cuando peleáremos con ellos, que los que pudiésemos matar que no quedasen con las vidas, al mancebo porque no tome armas, al viejo porque no dé consejo, y le dieron otros muchos avisos; y nuestro capitán les dijo que se lo agradecía el buen consejo, y les mostró mucho amor con ofrecimientos y dádivas que luego les dio al viejo Xicotenga y al Masse-Escaci y todos los más caciques, y les dio mucha parte de la ropa fina de mantas que había presentado Montezuma, y les dijo que sería bueno tratar paces entre ellos y los mejicanos para que tuviesen amistad, y trujesen sal y algodón y otras mercadurías; y el Xicotenga respondió que eran por demás las paces, y que su enemistad tienen siempre en los corazones arraigada, y que son tales los mejicanos, que so color de las paces les harán mayores traiciones, porque jamás mantienen verdad en cosa ninguna que prometen; e que no curase de hablar en ellas, sino que le tornaban a rogar que se guardase muy bien de no caer en manos de tan malas gentes.