VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO LXXIV. Cómo vinieron a nuestro real los caciques viejos de Tlascala a rogar a Cortés y a todos nosotros que luego nos fuésemos con ellos a su ciudad, y lo que sobre ello pasó.

Como los caciques viejos de toda Tlascala vieron que no íbamos a su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en chamacas e a cuestas, y otros a pie, los cuales eran los por mí ya nombrados, que se decían Masse-Escaci, Xicotenga el viejo e ciego, e Guaxolacima, Chichimeclatecle, Tecapaneca, de Topeyanco; los cuales llegaron a nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato hicieron a Cortés y a todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra; y el Xicotenga el viejo comenzó de hablar a Cortés desta manera, y díjole: «Malinche, Malinche, muchas veces te hemos enviado a rogar que nos perdones porque salimos de guerra, e ya te enviamos a dar nuestro descargo, que fue por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes poderes, porque creímos que érades de su bando y confederados; y si supiéramos lo que ahora sabemos, no digo yo saliros a recebir a los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun fuéramos por vosotros a la mar donde teníades vuestros acales (que son navíos); y pues ya nos habéis perdonado, lo que ahora os venimos a rogar yo y todos estos caciques es, que vais luego con nosotros a nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviéremos, e os serviremos con nuestras personas y hacienda; y mirá, Malinche, no hagas otra cosa, sino luego nos vamos; y porque tememos que por ventura te habrán dicho esos mejicanos algunas cosas de falsedades y mentiras de las que suelen decir de nosotros, no los creas ni los oigas; que en todo son falsos, y tenemos entendido que por causa dellos no has querido ir a nuestra ciudad.»

Y Cortés respondió con alegre semblante, y dijo que bien sabía, desde muchos años antes que a estas sus tierras viniésemos, cómo eran buenos, y que deso se maravilló cuando nos salieron de guerra, y que los mejicanos que allí estaban aguardaban respuestas para su señor Montezuma; e a lo que decían que fuésemos luego a su ciudad, y por el bastimento que siempre traían e otros cumplimientos, que se lo agradecía mucho y lo pagaría en buenas obras; e que ya se hubiera ido si tuviera quien nos llevase los tepuzques, que son las bombardas; y como oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros se conocería, y dijeron: «Pues cómo, ¿por esto has estado, y no lo has dicho?» Y en menos de media hora traen sobre quinientos indios de carga, y otro día muy de mañana comenzamos a marchar camino de la cabecera de Tlascala con mucho concierto, así de la artillería como de los caballos y escopetas y ballesteros, y todos los demás, según lo teníamos de costumbre; y había rogado Cortés a los mensajeros de Montezuma que se fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tlascala, y desde allí les despacharía, y que en su aposento estarían porque no recibiesen ningún deshonor; porque, según dijeron, temíanse de los tlascaltecas.