Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Quinta Parte: Jean Valjean

Libro primero

La guerra entre cuatro paredes

Cap V : El horizonte que se ve desde lo alto de la barricada.

La resultante y el colofón de la situación de todos en aquella hora fatídica y en aquel lugar inexorable fue la melancolía suprema de Enjolras.

Enjolras llevaba en sí la plenitud de la revolución; no obstante, era incompleto, tan incompleto como puede ser lo absoluto; se parecía demasiado a Saint-Just y no lo suficiente a Anacharsis Cloots; sin embargo, en la Sociedad de los Amigos del A B C las ideas de Combeferre habían acabado por imantarle las suyas hasta cierto punto; llevaba una temporada saliendo poco a poco de la forma estrecha del dogma y cediendo a los ensanchamientos del progreso; y había acabado por aceptar, como evolución definitiva y magnífica, que la gran república francesa se transformara en una inmensa república humana. En cuanto a los medios inmediatos, ya que la situación era violenta, quería que fueran violentos; en eso no variaba; y no había dejado esta escuela épica y temible que se resume en la siguiente fecha: 1793.

Enjolras estaba de pie en la escalera de adoquines con uno de los codos apoyado en el cañón de la carabina. Meditaba; se sobresaltaba como si pasasen ráfagas; los lugares donde se halla la muerte incitan a las inspiraciones oratorias. Le brotaban de las pupilas, que la mirada interior colmaba, algo así como fuegos sofocados. De pronto irguió la cabeza; la melena rubia cayó hacia atrás como la del ángel en la oscura cuadriga hecha de estrellas y fue como una melena de león que, al espantarse, llamease como una aureola; y Enjolras exclamó:

—Ciudadanos, ¿representáis el porvenir? ¡Las calles de las ciudades repletas de luces y de ramas verdes en los umbrales; las naciones hermanas; los hombres justos; los ancianos bendiciendo a los niños; el pasado gustando del presente; los pensadores con plena libertad; los creyentes con plena igualdad; el cielo por religión; Dios sacerdote directo; la conciencia humana convertida en altar; no más odios; la fraternidad del taller y de la escuela por labor y la notoriedad por recompensa; el trabajo para todos, el derecho para todos, la paz sobre todos; no más sangre vertida, no más guerra, las madres dichosas! El primer paso es domeñar la materia; el segundo, llevar a cabo el ideal. Pensad en todo lo que ha hecho ya el progreso. Antaño las primeras razas humanas veían pasar, aterradas, ante sus ojos la hidra que soplaba en las aguas, el dragón que vomitaba fuego, el grifo que era el monstruo del aire y volaba con las alas de un águila y las garras de un tigre; animales espantosos que estaban por encima del hombre. Pero el hombre tendió trampas, las trampas sagradas de la inteligencia, y acabó por atrapar en ellas a los monstruos. Hemos domado la hidra, y se llama barco de vapor; hemos domado el dragón, y se llama locomotora; estamos a punto de domar el grifo, ya lo hemos cogido, y se llama globo.