Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro sexto

La conjunción de dos estrellas

Cap III : Efecto primaveral.

Un día en que el aire era tibio, Le Luxembourg estaba inundado de sombra y sol, el cielo era tan puro como si los ángeles lo hubiesen lavado por la mañana y los gorriones piaban en las frondas de los castaños, Marius le había abierto el alma entera a la naturaleza y no pensaba en nada; vivía y respiraba; pasó junto al banco y la joven alzó los ojos y lo miró; se les cruzaron las miradas.

¿Qué había en esta ocasión en la mirada de la joven? Marius no habría sabido decirlo. No había nada, pero estaba todo. Fue un relámpago extraño.

Ella bajó la vista y él pasó de largo.

Lo que acababa de ver no era la mirada ingenua y sencilla de una niña, era un abismo misterioso que se había abierto a medias y vuelto a cerrar de golpe.

Llega un día en que todas las jóvenes miran así. ¡Pobre del que pase por delante de ellas entonces!

Esa primera mirada de un alma que aún no se conoce a sí misma es como el amanecer en el cielo. Es el despertar de algo radiante y desconocido. Nada puede expresar el encanto peligroso de ese fulgor inesperado que ilumina de repente tinieblas adorables y se compone de toda la inocencia del presente y toda la pasión del futuro. Es algo parecido a un tierno afecto indeciso que da señales de vida al azar y está a la espera. Es una trampa que la inocencia coloca sin darse cuenta y donde caen algunos corazones sin pretenderlo y sin saberlo. Es una virgen que mira como una mujer.

Es raro que donde caiga una mirada así no nazca una honda ensoñación. Todas las purezas y todos los candores coinciden en ese rayo celestial y fatídico que, más que las miradas de reojo más elaboradas de las coquetas, tiene el poder mágico de hacer que se abra de pronto en lo hondo de un alma esa flor oscura, colmada de aromas y de venenos, que llamamos amor.

Por la noche, al volver a su buhardilla, Marius se fijó en lo que llevaba puesto y cayó por primera vez en la cuenta de que era tan desaseado, tan falto de modales y tan increíblemente estúpido que iba a pasear a Le Luxembourg con la ropa «de diario», es decir, un sombrero con un roto cerca del cordoncillo, unas botazas de carretero, unos pantalones negros con rodilleras blancas y un frac negro con el color comido en los codos.