Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Tercera Parte: Marius

Libro quinto

Excelencia de la desdicha

Cap II : Marius pobre.

Pasa con la miseria como pasa con todo. Acaba por convertirse en posible. Al final adopta una forma y se organiza. Vegetamos, es decir, nos desarrollamos de forma un tanto encanijada, pero suficiente para seguir vivos. Ésta era la disposición de la miseria de Marius Pontmercy:

Había salido de lo más angosto; veía el desfiladero ensancharse algo más allá. A fuerza de laboriosidad, de coraje, de perseverancia y de voluntad, había conseguido ganar con su trabajo alrededor de setecientos francos anuales. Había aprendido alemán e inglés. Gracias a Courfeyrac, que lo puso en relación con su amigo el librero, Marius desempeñaba en la literatura de librería el modesto papel de comparsa. Hacía folletos, traducía periódicos, anotaba ediciones, compilaba biografías, etc. Entre unas cosas y otras, setecientos francos. Con ellos vivía. Y no vivía mal. ¿Cómo? Vamos a contarlo.

Marius ocupaba en el caserón Gorbeau, por treinta francos anuales, un cuchitril sin chimenea conocido por gabinete donde, en lo tocante a muebles, no había sino lo indispensable. Esos muebles eran suyos. Pagaba a la anciana inquilina principal tres francos mensuales para que barriera el cuchitril y le trajese todas las mañanas un poco de agua caliente, un huevo fresco y un panecillo de cinco céntimos. Con ese panecillo y ese huevo almorzaba. El almuerzo le costaba entre diez y veinte céntimos, según que los huevos estuvieran caros o baratos. A las seis de la tarde, iba calle Saint-Jacques abajo para cenar en Rousseau, enfrente de Basset, el vendedor de grabados de la calle de Les Mathurins. No tomaba sopa. Pedía un plato de carne de 30 céntimos, medio plato de verdura de 15 céntimos y un postre de 15 céntimos. Por otros 15 céntimos, pan a discreción. En lo tocante al vino, bebía agua. Cuando pagaba en el mostrador, donde estaba majestuosamente entronizada la señora Rousseau, siempre oronda y aún lozana por entonces, le daba cinco céntimos al camarero y la señora Rousseau le daba a él una sonrisa. Luego se iba. Por 80 céntimos tenía cena y una sonrisa.

Aquel restaurante Rousseau, donde la clientela vaciaba tan pocas botellas y tantas jarras de agua, era un calmante más aún que un restaurante. Hoy en día ya no existe. El dueño tenía un mote muy bonito; lo llamaban Rousseau el acuático.

Por lo tanto, 20 céntimos para el almuerzo y 80 céntimos para la cena; en comer se gastaba un franco diario, es decir, 365 francos anuales. Sumemos los 30 francos de alquiler y los 36 francos que le daba a la vieja, más algunos gastos menudos, y por 450 francos Marius tenía comida, techo y servicio. En ropa se le iban 100 francos, en ropa blanca, 50, y en lavandería, otros 50. La suma no pasaba de 650 francos. Le quedaban 50 francos. Era rico. De vez en cuando le prestaba 10 francos a un amigo; Courfeyrac pudo en una ocasión pedirle prestados 60 francos. En cuanto a calentar la habitación, Marius, como no tenía chimenea, había «simplificado» la cuestión.

Marius contaba siempre con dos atuendos completos, uno viejo, «de diario», y otro nuevecito, para algunas ocasiones. Ambos eran negros. Sólo tenía tres camisas, una puesta, otra en la cómoda y otra en la lavandera. Las iba reponiendo según se iban quedando viejas. Solían estar rotas, por lo que llevaba el frac abrochado hasta la barbilla.