Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro tercero

Queda cumplida la promesa hecha a la muerta

Cap I : La cuestión del agua en Montfermeil.

Montfermeil está entre Livry y Chelles, en las lindes meridionales de esta meseta elevada que separa el Ourcq del Marne. En la actualidad es una población bastante grande que cuenta todo el año con el ornato de villas de escayola y, los domingos, con el de una clase media radiante. En 1823, no había en Montfermeil ni tantas casas blancas ni tantos miembros satisfechos de la clase media. No era sino un pueblo entre bosques. Cierto es que había acá y allá algunas mansiones de recreo del siglo pasado, que era posible identificar por el aspecto señorial, los balcones de hierro forjado y esas ventanas altas cuya multitud de vidrios tiñen la blancura de las contraventanas cerradas con todo tipo de verdes diferentes. Mas no por ello dejaba Montfermeil de ser un pueblo. Los comerciantes de paños retirados y los procuradores mercantiles que iban a pasar temporadas de descanso no lo habían descubierto aún. Era un lugar tranquilo y encantador, que no estaba camino de parte alguna; se podía vivir por poco dinero con ese tipo de vida campesina tan abundante y fácil. Lo único que escaseaba era el agua por la elevación de la meseta.

Había que ir a buscarla bastante lejos. El extremo del pueblo que cae del lado de Gagny tomaba el agua de los estanques espléndidos que hay en esos bosques; el extremo opuesto, que está en las inmediaciones de la iglesia y cae del lado de Chelles, no tenía agua potable sino en un manantial pequeño, a mitad de la cuesta, cerca de la carretera de Chelles, más o menos a un cuarto de hora de Montfermeil.

Hacerse con provisiones de agua era, pues, en todos los hogares una tarea bastante penosa. Las casas ricas, la aristocracia, y también el figón de los Thénardier, pagaban un céntimo por cada cubo de agua a un buen hombre que a eso se dedicaba y ganaba con aquel negocio del agua en Montfermeil unos cuarenta céntimos diarios; pero el mencionado buen hombre sólo trabajaba hasta las siete de la tarde en verano y hasta las cinco en invierno, y, cuando caía la noche y estaban ya cerrados los postigos de las plantas bajas, quien no tuviera agua para beber o iba a buscarla o se las apañaba sin ella.

Eso era lo que tenía aterrorizada a esa pobre criaturita de quien el lector no puede haberse olvidado: Cosette. Recordemos que Cosette les era útil a los Thénardier de dos formas: le cobraban a la madre y tenían a su servicio a la niña. En consecuencia, cuando la madre dejó de pagar del todo, ya hemos leído el porqué en los capítulos anteriores, los Thénardier no echaron a Cosette. Les ahorraba el gasto de una criada. Y, como criada, ella era la que iba corriendo por agua cuando hacía falta. Y la niña, a la que espantaba el pensamiento de ir al manantial de noche, se cuidaba muy mucho de que nunca faltase el agua en la casa.

Las Navidades del año 1823 fueron especialmente sonadas en Montfermeil. El comienzo del invierno había sido de temperatura clemente; no había helado ni nevado. Habían llegado de París unos titiriteros y el señor alcalde les dio permiso para colocar sus casetas en la calle mayor; y un grupo de vendedores ambulantes, disfrutando de igual permiso, levantaron sus tenderetes en la plaza de la iglesia, e incluso en la callejuela de Le Boulanger, donde estaba, como el lector recordará seguramente, el figón de los Thénardier.