Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Segunda Parte: Cosette

Libro segundo

El navío L’Orion

Cap II : Donde podrán leerse dos versos que son quizá de mano del Diablo.

Antes de seguir adelante, conviene contar con cierto detalle un hecho singular que ocurrió por esa misma época en Montfermeil y que quizá no deja de tener ciertas coincidencias con algunas conjeturas del ministerio público.

Existe en la comarca de Montfermeil una superstición muy antigua, tanto más curiosa y tanto más valiosa cuanto que una superstición popular en las proximidades de París es como un áloe en Siberia. Somos de los que respetan todo cuanto se halle en estado de planta exótica. Ésta es la superstición de Montfermeil: se cree que el Diablo escogió el bosque desde tiempos inmemoriales para esconder en él sus tesoros. Las mujerucas afirman que es frecuente encontrarse, al caer el día, en los lugares recoletos del bosque, a un hombre negro, con aspecto de carretero o de leñador, calzado con zuecos, vistiendo unos pantalones y un blusón de retor, y al que es posible reconocer porque, en vez de gorra o sombrero, lleva en la cabeza dos cuernos gigantescos. Eso es algo que no puede por menos de facilitar que lo reconozcan. Ese hombre suele estar abriendo un hoyo. Hay tres formas de sacarle partido a ese encuentro. La primera es acercarse al hombre y dirigirle la palabra. Entonces te das cuenta de que ese hombre es, sin más, un labriego, que parece negro porque está anocheciendo, que no está abriendo un hoyo sino segando hierba para las vacas y que lo que se ha tomado por unos cuernos no es sino una horca para el estiércol, que lleva a la espalda y cuyas puntas, merced a la perspectiva de esa hora de la tarde, parece que le salen de la cabeza. Te vuelves a casa y te mueres esa misma semana. La segunda es quedarse observándolo, esperar a que termine de abrir el hoyo, a que lo cierre y a que se vaya; y, luego, ir corriendo hasta el agujero, volver a abrirlo y sacar el «tesoro» que el hombre negro no ha podido por menos de meter en él. En ese caso, te mueres dentro del mes. Por último, la tercera forma es no hablar con el hombre negro, no mirarlo y salir a todo correr. Te mueres dentro del año.

Como las tres formas tienen sus inconvenientes, la segunda, que, al menos, brinda ciertas ventajas, entre otras la de tener un tesoro, aunque no sea más que un mes, es la que con más frecuencia suele adoptarse. Los hombres osados, a quienes tientan todas las oportunidades, han vuelto a abrir, pues, en bastantes ocasiones, por lo que se dice, los hoyos que cava el hombre negro y han intentado robar al Diablo. Por lo visto los resultados no dan para mucho. Al menos si hemos de creer lo que cuenta la tradición y, en particular, los dos versos enigmáticos en latín bárbaro que dejó al respecto un mal monje normando, un tanto brujo, llamado Tryphon. El tal Tryphon está enterrado en la abadía de Saint-Georges de Bocherville, cerca de Ruan, y de su tumba nacen sapos.

Así que, por lo visto, uno hace esfuerzos tremendos porque esos agujeros son extraordinariamente hondos; uno suda, rebusca, se pasa la noche manos a la obra, porque esas cosas se hacen de noche, se le queda a uno empapada la camisa, se gasta toda la vela, mella el pico y, cuando por fin llega al fondo del agujero, cuando le echa el guante al «tesoro», ¿con qué se encuentra? ¿Cuál es el tesoro del Diablo? Una moneda de cinco céntimos, un escudo a veces, una piedra, un esqueleto, un cadáver ensangrentado, en ocasiones un espectro doblado en cuatro como una hoja de papel en una cartera, a veces nada. Eso es lo que parecen anunciar a los curiosos indiscretos los versos de Tryphon:

Fodit, et in fossa thesauros condit opaca,

as, nummos, lapides, cadaver, simulacra, nihilque…