LINDA Y LA FIERA.

Cuentos de Charles Perrault

Erase que se era un comerciante fabulosamente rico. Tenia seis hijos, tres varones y tres hembras; y como hombre juicioso y prudente, no perdonó nada para la educación de todos ellos, proporcionándoles excelentes maestros de todo.

Las hijas eran lindísimas, principalmente la menor. Cuando era pequeñita llamábala todo el mundo Linda, y siempre más le quedó este nombre, con no poca envidia de sus hermanas. No solamente era más hermosa que las hermanas, sino más buena. Las dos mayores estaban engreídas como gallo de cortijo; dábanse mucho aire de señoronas, y no querian visitarse con las hijas de los demás comerciantes; agradábanse tan solo del trato de la gente principal y de muchas campanillas; todos los dias estaban de baile, de teatro, de paseo, y hacian burla de su hermana menor, porque empleaba la mayor parte del tiempo en la lectura de buenos libros. Como se sonaba que eran tan ricas, muchos jóvenes muy bien acomodados habian pedido su mano; pero las dos mayores decian que no habian de casarse jamás, no siendo con un duque ó por lo ménos con un conde. Linda, pues segun queda advertido, este era el nombre de la menor, dando muy cortesmente las gracias á los que la pretendian, les contestaba que era demasiado jóven, y que deseaba vivir durante algun tiempo en compañía de su padre.

A lo mejor perdió el comerciante todos sus bienes de fortuna, excepto una casita muy distante de la ciudad. El infeliz dijo llorando á sus hijos que no les quedaba otro remedio que vivir en la casita, y trabajar para comer.

Las dos hijas mayores contestaron que por ningun estilo querían salir de la ciudad, que aunque ya no fuesen ricas eran muchos los que habian solicitado casarse con ellas, y que se darian por muy dichosos de poder conseguirlo. Cuentas muy galanas eran estas, pero bien pronto cayeron de su asno, porque lo mismo fué oler á pobres, que no encontrar un novio ni por amor de Dios. Como por su mucha vanidad nadie podia verlas ni en pintura, decia todo el mundo: «Me alegro de ver humillado su necio orgullo.» Al propio tiempo todo el mundo se compadecia de Linda, y en todas partes se oia repetir: «Su desgracia nos llega al alma. ¡Qué chica tan buena! ¡conversaba con los pobres con tanta dulzura!¡es tan amable, tan virtuosa!» A pesar de su pobreza, muchos hidalgos solicitaban su mano; pero ella les contestaba que no podia conformarse con abandonar á su padre, y que de todos modos queria acompañarle á la casa de campo para consolarle y ayudarle á trabajar.

Cuando se hubieron instalado en su nueva vivienda, el comerciante y sus tres hijos se dedicaron á las labores del campo.

Linda se levantaba á las cuatro de la mañana, limpiaba la casa, y disponía el almuerzo. Al principio, poco acostumbrada como estaba á trabajar como una criada, se fatigaba mucho, pero á los dos meses ya estaba hecha á todo.

Concluidos los quehaceres domésticos, divertía el ocio tocando alguna pieza de música, ó dando vueltas al huso, alegraba el aire con sus cantares.

Sus hermanas, al contrario, se levantaban á las diez, y todo el santo dia de Dios se estaban paseando sin mas ocupacion que la de acordarse de vestidos elegantes y bailes; así es que se consumian de fastidio. No contentas con descargar sobre los hombros de la pobre Linda todo el peso de la casa, contínuamente la molestaban é injuriaban, causando no poca pesadumbre al desgraciado padre que sabía apreciar cuanto valía el buen comportamiento de su hija.

Cosa de un año haria que llevaba la familia este género de vida, cuando el comerciante recibió una carta participándole el feliz arribo de un buque con mercancías suyas. Esta noticia volvió locas de contento á las dos hermanas, pues ya se veían libres de la dichosa campiña que les daba cien patadas.