LA HADA BERLIQUETA.

Cuentos de Charles Perrault

Erase que se era un arrapiezo de muchacho de unos doce años, pero tan chiquirritin, tan chiquirritin, que ya desde que nació le pusieron el apodo de Chilindrina, que quiere decir cosa de poco valor, ó de nonada. Hijos mios, el tal Chilindrina no subia del suelo tanto como una de mis botas; pero le sobraba en ruindad lo que la naturaleza le había negado en tamaño: era la piel del diablo, malo como pollino záino y mal intencionado como un mico. Como desde muy corta edad hubiese quedado huérfano, su madrina, que era una hada muy buena, y se llamaba el hada Berliqueta, le dijo un dia:

—Oye, Chilindrina: sabes que te quiero como si fueras hijo mio, porque eres despejado, y ya sabes leer, escribir, y sacar cuentas; pero me temo que por desgracia tu corazon vale algo ménos que tu ingenio. Y sin embargo, hijo mio, nunca he cesado de aconsejarte que fueras amable, prudente y bueno con todo el mundo. ¿No conoces que es mucho más lisonjero captarse el amor, que atraerse el odio? Pero en fin, voy á poner á prueba tu carácter, y si te encuentro digno de mi aprecio, te colmaré de beneficios, y te casaré con una muchacha que tiene veinte arquillas llenas de rubíes, el más pequeño como el puño. Toma esta varilla con la cual te concedo el don de la hechicería. Miéntras la tengas en la mano, el menor deseo que tus labios profieran será realizado á tus ojos. Quiero advertirte que si la empleas en hacer bien, se pondrá tu rostro sano y fresco como una rosa; pero si la empleas en daño del prójimo, tus mejillas se volverán más amarillas que una calabaza: no lo eches en olvido. Vete á rodar el mundo, y no esperes volver á mi presencia hasta que yo te llame; porque desde el dia de hoy esta casa, estos prados, estos bosques, yo misma, todo quedará invisible á tus ojos. Adios, Chilindrina: da un abrazo á tu madrina, y levanta velas.

Chilindrina cogió la varilla, y echó á andar meneando la cabeza con un humor de los diablos, porque el hada Berliqueta le obligaba á seguir la vida de aventurero. Apénas habia dado algunos pasos, cuando desaparecieron de su vista la casa y el Hada; y todo cuanto le rodeaba se trasformó en tales términos, que ya no sabía por dónde andaba ni dónde sentaba los piés. «¡Vaya un capricho el de mi señora madrina! decia caminando. ¿A qué viene ponerme á prueba? ¿No he sido siempre un guapo muchacho, despejado, y manso como un cordero? ¡Demasiado bueno! ¿Busco yo acaso cinco piés al gato, ni armo camorras con mis camaradas? Ellos sí que me buscan y me hacen rabiar.»

Así discurren, hijos mios, los muchachos rebeldes y cascarrabias: se les figura que todo el mundo se levanta contra ellos, cuando son ellos los que á todo el mundo molestan y martirizan.

Al anochecer llegó Chilindrina á una alquería, dentro de la cual oyó mucha bulla y ruido de gente que andaba acá y allá. Llegó tambien á sus narices cierto olorcillo á carne asada, que le recreó el olfato y le despertó el apetito.

—¡Ea! dijo para su capote, llamemos: á ver si me dan de cenar y cama.

Coge la aldaba, y tras, tras, tras.

Un viejo abre la puerta.

—¿Qué quieres, hijo mio?

—¿Qué quiero? ¡Vaya una pregunta! Me parece que á estas horas lo que debo querer es hospedaje.

—No puedo ofrecértelo, hijo mio; porque es el caso, que hoy celebramos las bodas de mi hija, y está la casa tan atestada de gente, que no sé dónde colocarla. A no dar esta casualidad, con mucho gusto te hubiera hospedado. Anda un poco mas, y no faltará quien te recoja. Buenas noches.

El labrador cerró la puerta, y Chilindrina se emberrenchinó tanto al ver que le negaban lo que con tan buenos modos habia pedido, que empezó á gritar:

—¡Anda enhoramala, vejete ladron! ¡Llévense tu boda los diablos del infierno!

Al momento sonó un rumor extraño debajo tierra.