Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Primera Parte: Fantine

Libro tercero

En el año 1817

Cap VII : La sabiduría de Tholomyès.

Entretanto, mientras unos cantaban, otros charlaban bulliciosamente, todos al tiempo; ya no era todo sino un barullo. Tholomyès intervino.

—No hablemos al azar ni demasiado deprisa —exclamó—. Meditemos si es que queremos ser deslumbrantes. Demasiada improvisación vacía neciamente el ingenio. A cervezas necias, ingenios romos… Señores, sin prisas. Mezclemos la majestad con la francachela; comamos con recogimiento; banqueteemos despacio. No nos apresuremos. Fíjense en la primavera; si se adelanta, está jugando con fuego, porque se hiela. Con el exceso de celo se pierden los melocotoneros y los alberchigueros. El exceso de celo mata el encanto y la alegría de las buenas cenas. ¡Nada de celo, señores! Grimod de la Reynière está de acuerdo con Talleyrand.

Una sorda rebelión rugió en el grupo.

—Tholomyès, déjanos de paz —dijo Blachevelle.

—¡Abajo el tirano! —dijo Fameuil.

—¡Bombarda, zalagarda y pularda! —gritó Listolier.

—Los domingos existen —añadió Fameuil.

—Estamos sobrios —apostilló Listolier.

—Tholomyès —dijo Blachevelle—, no me alteras, soy como el marqués[9].

—Qué va, mucho mejor —contestó Tholomyès.

Aquel juego de palabras tan malo cayó como una piedra en una charca. El marqués de Montcalm era por entonces un monárquico famoso. Todas las ranas se callaron.

—Amigos míos —exclamó Tholomyès con el tono de un hombre que recupera el imperio—, recobraos. Este retruécano caído del cielo no hay que recibirlo con excesivo estupor. No todo lo que cae así es necesariamente digno de entusiasmo y respeto. El retruécano es la cagada del ingenio que vuela. Las bufonadas caen en cualquier parte; y el ingenio, tras poner una necedad como quien pone un huevo, se pierde en el azul del cielo. Una mancha blancuzca que se aplasta contra una roca no le impide volar al cóndor. ¡Lejos de mí la intención de meterme con el retruécano! Lo honro cuanto se merece; y nada más. La parte más augusta, sublime y adorable de la humanidad ha hecho juegos de palabras. Jesucristo hizo un retruécano acerca de san Pedro; Moisés, de Isaac; Esquilo, de Polínice; Cleopatra, de Octavio. Y fijaos bien en que ese retruécano de Cleopatra fue anterior a la batalla de Actium y que, sin él, nadie se acordaría de la ciudad de Toryne, nombre griego que quiere decir cucharón. Admitido lo cual, vuelvo a mi alegato. Lo repito, hermanos, nada de celo, nada de barullo, nada de excesos, ni tan siquiera en las guasas, las gracias, las juergas y los juegos de palabras. Hacedme caso, que tengo la prudencia de Anfiarao y la calvicie de César. Todo tiene un límite, incluso lo rebuscado, como se insinúa en Est modus in rebus. Todo tiene un límite, incluso las cenas. Les gustan las empanadillas dulces de manzana, señoras mías, no abusen de ellas. Incluso para los empanados se precisa sentido común y arte. La glotonería castiga al glotón. Gula castiga a Gulax. A la indigestión le tiene encargado Dios que les lea la cartilla a los estómagos. Y que no se les olvide a ustedes: todas nuestras pasiones, incluso el amor, tienen un estómago que no hay que llenar en exceso. En todo hay que escribir a tiempo la palabra finis, hay que contenerse; cuando el asunto se vuelve urgente, hay que cerrarle la puerta con cerrojo al apetito, meter en la trena la fantasía y llevarse uno personalmente al cuartelillo.