Novela: Crimen y castigo

Autor: Fiódor M. Dostoievski

SEXTA PARTE

CAP I

La situación de Raskolnikoff era muy extraña; parecía que una especie de niebla le envolvía y aislaba del resto de los hombres. Cuando, andando el tiempo, se acordaba de este período de su vida, adivinaba que había debido de perder muchas veces la conciencia de sí mismo y que tal estado de ánimo hubo de prolongarse y durar, con ciertos intervalos lúcidos, hasta la catástrofe definitiva. Estaba positivamente convencido de que había incurrido en muchos desaciertos: por ejemplo, el de no haber advertido a menudo la sucesión cronológica de los acontecimientos. Por lo menos, cuando más adelante quiso coordinar sus recuerdos, fuéle forzoso recurrir a testimonios extraños para saber muchas particularidades acerca de sí mismo.

Confundía marcadamente los hechos, o consideraba tal incidente como consecuencia de otro que sólo existía en su imaginación. A veces sentíase dominado por un temor morboso que degeneraba en terror pánico; pero se acordaba también de que había tenido momentos, horas, y tal vez días, en los cuales, por el contrario estuvo sumido en una apatía triste sólo comparable con la indiferencia de ciertos moribundos.

En general, en este último tiempo, lejos de procurar darse cuenta exacta de su situación, hacía esfuerzos para no pensar en ella. Algunos hechos de la vida corriente que no admitían dilación, se imponían, a pesar suyo, a su mente; por lo contrario, se complacía en desdeñar cuestiones cuyo olvido, en una posición como la suya, por fuerza había de serle fatal.

Tenía, sobre todo, miedo a Svidrigailoff. Desde que este último le había repetido las palabras por él pronunciadas en casa de Sonia, los pensamientos de Raskolnikoff tomaron una dirección nueva. Pero aunque esta complicación imprevista le inquietaba mucho, el joven no se apresuraba a poner las cosas en claro. A veces, cuando vagaba por algún barrio lejano y solitario, o cuando se veía solo sentado a la mesa de un mal cafetín, sin saber por qué se encontraba allí, pensaba en Svidrigailoff y se prometía tener lo más pronto posible una explicación decisiva con aquel hombre que era para él una constante pesadilla.

Cierto día fué casualmente a pasear por las afueras y se le figuró que había dado cita a Svidrigailoff en aquel lugar. Otra vez, al despertarse antes de la aurora, se quedó estupefacto al verse tendido en tierra, en medio de un bosquecillo. Por lo demás, durante los dos o tres días que siguieron a la muerte de Catalina Ivanovna, Raskolnikoff encontró dos o tres veces a Svidrigailoff, primero en el cuarto de Sonia, y después en el vestíbulo, al lado de la escalera, del domicilio de la joven.

En ambas ocasiones los dos hombres se limitaron a cambiar algunas palabras muy breves, absteniéndose de tocar el punto capital, como si, por acuerdo tá[221]cito, se hubiesen entendido para dejar de lado momentáneamente aquella cuestión. El cadáver de Catalina Ivanovna estaba todavía insepulto. Svidrigailoff tomaba las disposiciones relativas a los funerales. Sonia estaba también ocupadísima. En el último encuentro, Svidrigailoff contó a Rodia que sus gestiones en favor de los hijos de Catalina Ivanovna habían sido coronadas por el éxito: gracias a la influencia de ciertos personajes amigos suyos, pudo, según decía, conseguir la admisión de los tres niños en muy buen asilo. Los mil quinientos rublos colocados a nombre de ellos no habían contribuído poco a este resultado, porque se admitían con muchas menos dificultades a los huérfanos que poseían un capitalito que a aquellos otros que carecían de recursos. Añadió algunas palabras a propósito de Sonia, prometió pasar uno de aquellos días por casa de Raskolnikoff, y dió a entender que existían ciertos asuntos de los que quería tratar reservadamente con él…