La Divina comedia del PARAISO

Libro de Dante Alighieri

CANTO TRIGESIMOSEGUNDO

ATENTO a su dicha, aquel contemplador asumió espontáneamente en sí el cargo de maestro y empezó por estas santas palabras:

—La herida que María restañó y curó fué abierta y enconada por aquella mujer tan hermosa que está a sus pies.[210] Debajo de ésta, en el orden que forman los terceros puestos, se sientan, como ves, Raquel y Beatriz.[211] Sara, Rebeca, Judith, y la bisabuela[212] del Cantor que en medio del dolor producido por su falta dijo «Miserere mei,» puedes verlas sucederse de grado en grado, descendiendo, a medida que en la rosa te las voy nombrando de hoja en hoja. Y desde la séptima grada para abajo, como desde la más alta a la misma grada, se suceden las Hebreas, dividiendo todas las hojas de la flor; porque aquéllas son como un recto muro, que comparte los sagrados escalones, según como se fijó en Cristo la mirada de la fe. En esa parte, en que la flor está provista de todas sus hojas, se sientan los que creyeron en la venida de Jesucristo; y en la otra, en que los semicírculos se ven interrumpidos por algunos huecos, se sientan los que creyeron en El después de haber venido; y así como en esa parte el glorioso trono de la Señora del cielo y los otros escaños inferiores forman tan gran separación, así en la opuesta está el trono del gran Juan que, siempre santo, sufrió la soledad y el martirio, y el Infierno después durante dos años;[213] y así también debajo de él, formando a propósito igual separación, está el de Francisco; bajo éste el de Benito, bajo Benito Agustín y otros varios, descendiendo de igual modo hasta aquí de círculo en círculo. Admira, pues, la elevada Providencia divina; porque uno y otro aspecto de la Fe llenarán por igual este jardín. Y sabe que desde la grada que corta por mitad ambas filas hasta abajo, nadie se sienta por su propio mérito, sino por el que contrajo otro, y con ciertas condiciones; porque todos ellos son espíritus desprendidos de la Tierra antes que estuviesen dotados de criterio para elegir la verdad. Fácil te será cerciorarte de ello por sus rostros y también por sus voces infantiles, si los miras y los escuchas bien. Ahora dudas, y dudando guardas silencio; pero yo soltaré las fuertes ligaduras con que te estrechan tus sutiles pensamientos. En toda la extensión de este reino no puede tener cabida un asiento dado por casualidad, como tampoco caben la tristeza, la sed, ni el hambre; pues todo cuanto ves se halla establecido por eterna ley, de modo que aquí cada cosa viene justa como anillo al dedo. Por lo tanto, estas almas apresuradas a la verdadera vida no son aquí «sine causa» más o menos excelentes entre sí. El Rey por quien este reino reposa en tanto amor y deleite, que ninguna voluntad se atreve a desear más, creando todas las almas bajo su dichoso aspecto, las dota según quiere de más o menos gracia: en cuanto a esto baste conocer el efecto; lo cual se demuestra expresa y claramente por la Sagrada Escritura en aquellos gemelos a quienes agitó la ira en el vientre de su madre.[214] Por lo tanto, es preciso que la altísima luz corone de su gloria a los espíritus según sea el color de los cabellos de tal gracia. Así pues, sin consideración al mérito de sus obras, se hallan ésos colocados en diferentes grados, distinguiéndose tan sólo por su penetración primitiva. En los primeros siglos bastaba ciertamente para salvarse tener, junto con la inocencia, la fe de los padres. Transcurridas las primeras edades, fué menester que los varones todavía inocentes adquiriesen la virtud por medio de la circuncisión; pero cuando llegó el tiempo de la Gracia, toda aquella inocencia debió permanecer en el Limbo, si no había recibido el perfecto bautismo de Cristo. Contempla ahora la faz que más se asemeja a la de Cristo, pues sólo su resplandor podrá disponerte a ver a Cristo…