VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES

CAPÍTULO XCI. De la manera e persona del gran Montezuma, y de cuán gran señor era.

Sería el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura y bien proporcionado, e cenceño e pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, e pocas barbas, prietas y bien puestas e ralas, y el rostro algo largo e alegre, e los ojos de buena manera, e mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, e cuando era menester gravedad. Era muy pulido y limpio, bañábase cada día una vez a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino alguno de los que le servían; era muy limpio de sodomías; las mantas y ropas que se ponía cada un día, no se las ponía sino desde a cuatro días. Tenía sobre ducientos principales de su guarda en otras salas junto a la suya, y estos no para que hablasen todos con él, sino cual o cual; y cuando le iban a hablar se habían de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poca valía, mas habían de ser limpias, y habían de entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no miralle a la cara, y con tres reverencias que le hacían primero que a él llegasen, e le decían en ellas: «Señor, mi señor, gran señor»; y cuando le daban relación a lo que iban, con pocas palabras los despachaba; sin levantar el rostro al despedirse dél, sino la cara e ojos bajos en tierra hacia donde estaba, e no vueltas las espaldas hasta que salían de la sala.

E otra cosa vi, que cuando otros grandes señores venían de lejas tierras a pleitos o negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran Montezuma habíanse de descalzar e venir con pobres mantas, y no habían de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el lado de la puerta de palacio; que entrar de rota batida teníanlo por descaro; en el comer le tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados hechos a su modo y usanza; teníanlos puestos en braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen. E de aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trecientos platos, sin más de mil para la gente de guarda; y cuando había de comer, salíase el Montezuma algunas veces con sus principales y mayordomos, y le señalaban cuál guisado era mejor e de qué aves e cosas estaba guisado, y de lo que le decían, de aquello había de comer, e cuando salía a lo ver eran pocas veces; e como por pasatiempo, oí decir que le solían guisar carnes de muchachos de poca edad; y como tenía tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no lo echábamos de ver si era de carne humana y de otras cosas, porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves e cosas de las que se crían en estas tierras, que son tantas, que no las acabaré de nombrar tan presto; y así, no miramos en ello. Lo que yo sé es, que desque nuestro capitán le reprendió el sacrificio y comer de carne humana, que desde entonces mandó que no le guisaren tal manjar.