Los Miserables

Autor: Víctor Hugo

Quinta Parte: Jean Valjean

Libro quinto

El nieto y el abuelo

Cap IV : A la señorita Gillenormand acaba por no parecerle mal que el señor Fauchelevent hubiera entrado con un paquete debajo del brazo.

Cosette y Marius volvieron a verse.

Renunciamos a contar lo que fue aquella entrevista. Hay cosas que no se debe intentar describir; el sol es una de ellas.

La familia en pleno, incluidos Basque y Nicolette, estaba reunida en la habitación de Marius en el momento en que entró Cosette.

Apareció en el umbral; parecía que estaba dentro de un nimbo.

En ese preciso momento el abuelo iba a sonarse; se quedó a medias, sin sacar la nariz del pañuelo, y, mirando a Cosette por encima de éste, exclamó:

—¡Adorable!

Luego se sonó ruidosamente.

Cosette estaba embriagada, encantada, asustada, en los cielos. Notaba cuánto espanto puede hacer sentir la felicidad. Balbucía, muy pálida, muy ruborizada, deseando arrojarse en brazos de Marius y no atreviéndose a hacerlo. Avergonzada de estar enamorada delante de todas aquellas personas. Somos despiadados con los enamorados felices; nos quedamos cuando más querrían estar solos. Y la verdad es que no necesitan para nada a la gente.

Con Cosette, y detrás de ella, había entrado un hombre de pelo blanco, serio, pero sonriente sin embargo, con una sonrisa inconcreta y dolorosa. Era «el señor Fauchelevent»; era Jean Valjean.

Iba muy atildado, como había dicho el portero, vestido de arriba abajo de negro y con ropa nueva y corbata blanca.

El portero estaba a mil leguas de reconocer en aquel burgués tan correcto, en aquel probable notario, al espantoso acarreador de cadáveres que se le había presentado en la puerta en la noche del 7 de junio, desharrapado, lleno de barro, repugnante, desencajado, con una máscara de sangre cubriéndole la cara, agarrando por debajo de los brazos a Marius desmayado; no obstante, se le había despertado el olfato de portero. Cuando el señor Fauchelevent llegó con Cosette, el portero no puedo por menos de decirle confidencialmente a su mujer, en un aparte: «No sé por qué me parece siempre que ya había visto antes esa cara».

El señor Fauchelevent, en la habitación de Marius, se había quedado como aparte, junto a la puerta. Llevaba debajo del brazo un paquete bastante parecido a un volumen in-octavo envuelto en papel. El papel del envoltorio estaba verdoso y parecía enmohecido.

—¿Este señor lleva siempre libros debajo del brazo, como ahora? —preguntó en voz baja a Nicolette la señorita Gillenormand, a quien no le gustaban los libros.

—¿Qué pasa? —contestó en el mismo tono el señor Gillenormand, que la había oído—. Es un sabio. ¿Y qué? ¿Acaso tiene él la culpa? Tampoco el señor Boulard, a quien conocí, iba nunca sin un libro y llevaba siempre uno así, apretado contra el pecho.

Y, saludando, dijo, en voz alta:

—Señor Tranchelevent…

Gillenormand no lo hizo aposta, pero no fijarse en los nombres era en él una forma de comportarse aristocrática.

—Señor Tranchelevent, tengo el honor de pedirle para mi nieto, el señor barón Marius Pontmercy, la mano de la señorita.

El «Señor Tranchelevent» accedió con una inclinación.