VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO XLV. Cómo entramos en Cempoal, que en aquella sazón era muy buena población, y lo que allí pasamos.

Y como dormimos en aquel pueblo donde nos aposentaron los doce indios que he dicho, y después de bien informados del camino que habíamos de llevar para ir al pueblo que estaba en el peñol, muy de mañana se lo hicimos saber a los caciques de Cempoal cómo íbamos a su pueblo, y que lo tuviesen por bien; y para ello envió Cortés los seis indios por mensajeros, y los otros seis quedaron para que nos guiasen; y mandó Cortés poner en orden los tiros y escopetas y ballesteros, y siempre corredores del campo descubriendo, y los de a caballo y todos los demás muy apercebidos. Y desta manera caminamos hasta que llegamos una legua del pueblo; e ya que estábamos cerca dél, salieron veinte indios principales a nos recebir de parte del Cacique, y trujeron unas piñas rojas de la tierra, muy olorosas, y las dieron a Cortés y a los de a caballo con gran amor, y le dijeron que su señor nos estaba esperando en los aposentos, y por ser hombre muy gordo y pesado no podía venir a nos recebir; y Cortés les dio las gracias, y se fueron adelante.

E ya que íbamos entrando entre las casas, desque vimos tan gran pueblo, y no habíamos visto otro mayor, nos admiramos mucho dello; y como estaba tan vicioso y hecho un vergel, y tan poblado de hombres y mujeres las calles llenas que nos salían a ver, dábamos muchos loores a Dios, que tales tierras habíamos descubierto; y nuestros corredores del campo, que iban a caballo, parece ser llegaron a la gran plaza y patios donde estaban los aposentos, y de pocos días, según pareció, teníanlos muy encalados y relucientes, que lo saben muy bien hacer, y pareció al uno de los de a caballo que era aquello blanco que relucía plata, y vuelve a rienda suelta a decir a Cortés cómo tenían las paredes de plata. Y doña Marina e Aguilar dijeron que sería yeso o cal, y tuvimos bien que reír de su plata e frenesí, que siempre después le decíamos que todo lo blanco le parecía plata. Dejemos de la burla, y digamos cómo llegamos a los aposentos, y el cacique gordo nos salió a recebir junto al patio, que porque era muy gordo así le nombraré, e hizo muy gran reverencia a Cortés y le zahumó, que así lo tenían de costumbre, y Cortés le abrazó, y allí nos aposentaron en unos aposentos harto buenos y grandes, que cabíamos todos, y nos dieron de comer y pusieron unos cestos de ciruelas, que había muchas, porque era tiempo dellas, y pan de maíz; y como veníamos hambrientos, y no habíamos visto otro tanto bastimento como entonces, pusimos nombre a aquel pueblo Villaviciosa, y otros le nombraron Sevilla. Mandó Cortés que ningún soldado les hiciese enojo ni se apartase de aquella plaza.