Los Miserables
Autor: Víctor Hugo
Cuarta Parte: El idilio de la calle de Plumet y La epopeya de la calle de Saint-Denis
Libro segundo
Éponine
Cap I : El campo de la Alondra.
Marius había asistido al inesperado desenlace de la encerrona cuyo rastro había proporcionado a Javert; pero, no bien hubo salido Javert del caserón, llevándose a los prisioneros en tres coches de punto, Marius, por su parte, se escurrió fuera de la casa. Aún no eran las nueve de la noche. Marius fue a casa de Courfeyrac. Courfeyrac no era ya el imperturbable morador del Barrio Latino; se había ido a vivir a la calle de la Verrerie «por motivos políticos»; aquel barrio era de esos en que, por entonces, la insurrección se afincaba de buen grado. Marius le dijo a Courfeyrac: «Vengo a dormir a tu casa». Courfeyrac quitó de su cama, en que había dos colchones, uno de ellos, lo colocó en el suelo y dijo: «Aquí tienes».
Al día siguiente, a las siete de la mañana, Marius volvió al caserón, pagó el alquiler y lo que le debía a la Murgón, mandó cargar en un carretón los libros, la cama, la mesa, la cómoda y las dos sillas y se fue sin dejar señas, de forma tal que cuando Javert volvió, durante la mañana, para preguntarle a Marius por los sucesos de la víspera, sólo se encontró a la Murgón, que le contestó: «¡Se ha mudado!».
La Murgón estaba convencida de que Marius era, hasta cierto punto, cómplice de los ladrones a quienes habían detenido por la noche. «¡Quién lo iba a decir! —exclamaba en casa de las porteras del barrio—. ¡Un joven que parecía una chica!»
Marius había tenidos dos motivos para mudarse tan deprisa. El primero era que ahora lo horrorizaba aquella casa donde había visto tan de cerca y con una extensión tan completa, la más repulsiva y feroz, una fealdad social más espantosa aún quizá que un rico malo: un pobre malo. El segundo era que no quería tener que comparecer en el juicio que probablemente vendría a continuación y verse en la obligación de declarar contra Thénardier.
Javert pensó que el joven, cuyo nombre no se le había quedado, había tenido miedo y había salido huyendo, o que quizá ni siquiera había vuelto a su casa para presenciar la encerrona; hizo no obstante unos cuantos esfuerzos para localizarlo, pero no lo consiguió.
Transcurrió un mes; y, luego, otro. Marius seguía en casa de Courfeyrac. Había sabido por un pasante, que solía dar una vuelta por la Sala de los Pasos Perdidos del Palacio de Justicia, que Thénardier estaba incomunicado. Todos los lunes, Marius depositaba en las oficinas de la cárcel de La Force cinco francos para Thénardier.
Como Marius se había quedado sin dinero, le pedía prestados los cinco francos a Courfeyrac. Era la primera vez en la vida que pedía dinero prestado. Esos cinco francos periódicos eran un enigma doble para Courfeyrac, que los daba, y para Thénardier, que los recibía. «¿Adónde van a parar?», pensaba Courfeyrac. «¿De dónde me vienen?», se preguntaba Thénardier.