VERDADERA HISTORIA DE LOS SUCESOS DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, POR EL CAPITÁN BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO, UNO DE SUS CONQUISTADORES.

CAPÍTULO XXXIV. Cómo nos dieron guerra todos los caciques de Tabasco y sus provincias, y lo que sobre ello sucedió.

Ya he dicho de la manera e concierto que íbamos, y cómo hallamos todas las capitanías y escuadrones de contrarios que nos iban a buscar, e traían todos grandes penachos, e atambores e trompetillas, e las caras enalmagradas e blancas e prietas, e con grandes arcos y flechas, e lanzas e rodelas, y espadas como montantes de a dos manos, e mucha honda e piedra, e varas tostadas, e cada uno sus armas colchadas de algodón; e así como llegaron a nosotros, como eran grandes escuadrones, que todas las habanas cubrían, se vienen como perros rabiosos e nos cercan por todas partes, e tiran tanta de flecha e vara y piedra, que de la primera arremetida hirieron más de setenta de los nuestros, e con las lanzas pie con pie nos hacían mucho daño, e un soldado murió luego de un flechazo que le dio por el oído, el cual se llamaba Saldaba; y no hacían sino flechar y herir en los nuestros; e nosotros con los tiros y escopetas, e ballestas e grandes estocadas no perdíamos punto de buen pelear; y como conocieron las estocadas y el mal que les hacíamos, poco a poco se apartaban de nosotros, mas era para flechar más a su salvo, puesto que Mesa, nuestro artillero, con los tiros mataba muchos dellos, porque eran grandes escuadrones y no se apartaban lejos, y daba en ellos a su placer, y con todos los males y heridas que les hacíamos, no los podíamos apartar.

Yo dije al capitán Diego de Ordás: «Paréceme que debemos cerrar y apechugar con ellos; porque verdaderamente sienten bien el cortar de las espadas, y por esta causa se desvían algo de nosotros por temor dellas, y por mejor tirarnos sus flechas y varas tostadas, y tanta piedra como granizo.» Respondió el Ordás que no era buen acuerdo, porque había para cada uno de nosotros trecientos indios, y que no nos podíamos sostener con tanta multitud, e así estuvimos con ellos sosteniéndonos. Todavía acordamos de nos llegar cuanto pudiésemos a ellos, como se lo había dicho el Ordás, por dalles mal año de estocadas; y bien lo sintieron, y se pasaron luego de la parte de una ciénega; y en todo este tiempo Cortés con los de a caballo no venía, aunque deseábamos en gran manera su ayuda, y temíamos que por ventura no le hubiese acaecido algún desastre. Acuérdome que cuando soltábamos los tiros, que daban los indios grandes silbos e gritos, y echaban tierra y pajas en alto porque no viésemos el daño que les hacíamos, e tañían entonces trompetas e trompetillas, silbos y voces, y decían «Ala lala».